miércoles, 3 de diciembre de 2008

Revulsivo

Recientemente, un académico argentino de enorme prestigio nos dijo que Mangabeira era un pensador revulsivo. Se trató de un elogio sincero y profundo.

Revulsivo…¿Será porque dice cosas como estas?

Anexo idiomático:

revulsivo, va.
(Del lat. revulsum, supino de revellĕre, separar).
1. adj. Med. Dicho de un medicamento o de un agente: Que produce la revulsión. U. t. c. s. m.

revulsión.
(Del lat. revulsĭo, -ōnis).
1. f. Med. Medio curativo de algunas enfermedades internas, que consiste en producir congestiones o inflamaciones en la superficie de la piel o las mucosas, mediante diversos agentes físicos, químicos y aun orgánicos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Estado, democracia y desarrollo en América Latina y Argentina

(*) Por Leandro Sowter
Introducción

El abordaje de la relación entre estado y democracia en América Latina sufrió una serie de oscilaciones que marcaron la tónica del debate desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad.
En una primera etapa, hasta la década del ’60, el debate latinoamericano estuvo centrado en la modernización, entendida esta como una lógica de desarrollo que tendía a seguir el patrón de los países centrales, pero cuyo agente principal era el estado. Ello implicaba la transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas, que pasaban de ser “tradicionales” a ser “modernas”. Es decir, se explicaba, a la vez que se proponía, la modernización económica cuyo eje sería la acumulación capitalista y cuyo régimen político sería, consecuentemente con el desarrollo histórico de los países centrales, la democracia.
Sin embargo, y a pesar de las previsiones de los teóricos de la modernización, el desarrollo capitalista no solo que no tuvo éxito en tanto no logró generar un crecimiento sostenido de la economía, además de agudizar las desigualdades en una de las regiones más desiguales del planeta, sino que además no se confirmaron las hipótesis respecto del desarrollo bajo condiciones de democracia. Esta segunda etapa, que se puede situar entre las décadas del ’60 y el ’70, el divorcio entre estado y democracia se genera paralelamente desde dos instancias: desde abajo, en tanto que se comenzó a ver que el desarrollo no podría ser alcanzado a través de las formas capitalistas, en todo lo cual el ejemplo de la Revolución Cubana en 1959 significa un punto de inflexión; y desde arriba, en tanto que los sectores económicos concentrados junto con las Fuerzas Armadas ven la necesidad de que el estado asegure el desarrollo capitalista ante la amenaza originada en una creciente conflictividad social, frente a la cual se postula como solución la neutralización y desmovilización de los sectores populares[1].
En una tercera etapa, y tras la conclusión de la violencia generalizada, en gran parte provocada por el choque entre las dos instancias recién mencionadas, se abre el camino para una transición política de los regímenes de facto, mayoritarios en la región, y una progresiva democratización de los regímenes políticos. Lo distintivo, y verdaderamente novedoso a nuestro entender en esta etapa que se abre en la década de los ’80, es la re valorización de la democracia como un valor en sí mismo y su separación respecto del tipo de desarrollo económico propuesto.
Esta breve y sucinta introducción tuvo por objeto hacer una síntesis de la relación entre estado y democracia simplemente para llamar la atención sobre un punto: el problema del desarrollo económico fue central tanto en el debate teórico como en el desarrollo histórico en lo que hace a la relación estado-democracia y, de manera más amplia, a la relación estado-sociedad.
En este trabajo nos proponemos explorar las oscilaciones que tuvo la relación estado y democracia en América Latina. A su vez, intentaremos mostrar que el papel que cumplió el problema del desarrollo es fundamental para entender esta relación.
Estado y democracia hasta la década del ‘80
Tal como mencionamos anteriormente, la década del ’80 representa un punto de inflexión en lo que hace a la relación estado-democracia ya que por primera vez la democracia cobra valor como un bien en sí mismo y es compartida por la gran mayoría de la población. Frente a este hecho, cabe preguntarse por qué existió en toda la etapa previa un desencuentro entre estado y democracia. Como veremos, los estudiosos del tema aportaron distintos aspectos al debate.
En primer lugar, se llama la atención sobre el hecho de que en América Latina no se dieron dos desarrollos históricos que fueron fundamentales en los países del norte y que precedieron, en estos últimos casos, al surgimiento de la democracia. Por un lado, la emergencia y consolidación de fuertes estados nacionales precedió a la discusión acerca del régimen político. En estos casos, el proceso de construcción del estado estuvo “libre” de discusiones “democráticas” y logró expropiar recursos políticos de la sociedad, concentrar el poder y monopolizar el uso de los medios legítimos de violencia, incluyendo los recursos fiscales y simbólicos. En América Latina, por el contrario, la democracia debió “realizar, al mismo tiempo, los propósitos de construir el Estado, la nación, la ciudadanía, la representación política y la sociedad civil” (Botana, 2004).
En efecto, tal como señala el mismo autor, la democracia precedió a la consolidación del estado y la nación en América Latina. Esto configuró toda una serie de problemas que marcarían todo el desarrollo histórico de la región, porque este hecho se dio en un contexto de gran heterogeneidad estructural (geográfica, económica, social, racial y étnica) que, si bien variaba de una región a otra, retroalimentó el proceso de anarquía posterior a las guerras de independencia. Así, la máxima que formularan los autores del El Federalista para la construcción de la república en el país del norte –“primero que haya un gobierno, y después que se lo controle”- no tuvo consenso en el sur del continente, factor que no ayudó a superar la situación de anarquía y, menos, a morigerar las condiciones de heterogeneidad estructural.
Por otro lado, se destaca en América Latina la inexistencia de una red de relaciones económicas y sociales, propias de la modernidad, que funcionan como la infraestructura de las prácticas y las instituciones democráticas y que en la teoría democrática de los países centrales se la pasa por alto, pues se da por sentada, cuando en realidad fue, en occidente mismo, el producto de una construcción histórica. Nos referimos a que en esos casos antes de la democracia y del liberalismo, y como base de ella, se generó un denso entramado de derechos y garantías subjetivas que fueron conformando una red o tejido social que funcionó como sustrato de la ciudadanía civil (O’Donnell, 2001). Tal proceso formó parte del capitalismo moderno, que conllevó en un proceso paralelo la expansión de instituciones civiles que contenían una figura jurídica universal. “La construcción de esta figura jurídica que postula que una buena capa de individuos son agentes responsables (…) se registra antes del liberalismo y antes de la democracia” (O’Donnell, 2001: 12). En los países de industrialización tardía, como los de América Latina, este proceso no existió.
Esta secuencia histórica determinó que la democracia tuviera dificultades en encontrar posibilidades de desarrollo concretas en la América Latina. Tales asincronías, al menos respecto del desarrollo clásico en occidente, conllevaron la dificultad o imposibilidad en algunos casos de que el estado cumpla ciertas funciones clave para el funcionamiento posterior de la democracia, y fueron un elemento fundamental en el tipo de tensión que tuvo el estado con la democracia en esta región.
Michael Mann (2004) resume esos factores en términos de grandes procesos sociales que fueron fundamentales para el establecimiento de estados-nación infraestructuralmente poderosos[2] y democráticos. En general, esa evolución implicó una drástica reducción de heterogeneidad al interior de cada estado-nación. En primer lugar, reducción de la heterogeneidad étnica que, a través de la opresión y el asesinato, generaron un sentido común de nacionalidad. En segundo lugar, el desarrollo de una maquinaria bélica centralizada que fue clave en el proceso de monopolización fiscal y de la violencia. Este mismo proceso provocó una “resistencia (que) trajo consigo gobiernos representativos, haciendo que las burocracias se hicieran responsables ante las legislaturas” (página 118). Por último, la combinación de industrialización y la explosión de presiones democráticas a nivel económico, social y político generaron importantes reducciones de desigualdades de clase en cada sociedad nacional. Todo ello, dio lugar a “sociedades civiles relativamente centralizadas, homogéneas e igualitarias, articuladas políticamente por un sentimiento compartido de ciudadanía nacional”. Es sólo en este contexto de estados infraestructuralmente poderosos en donde el sistema electoral pudo producir gobiernos estables. Así, vemos que estado y democracia se combinan de forma equilibrada, y solo así se generan las condiciones para el desarrollo económico en un contexto de libertades ampliadas.
Por el contrario, como la regla general en América Latina es la heterogeneidad estructural, habría surgido desde un principio una débil conciencia nacional sobre la cual se construyó a su vez un débil poder infraestructural estatal en el cual la democracia tiene pocas chances y puede ella misma ser factor de inestabilidad de los gobiernos, pues genera la ficción de gobernabilidad en base al poder obtenido en éxitos electorales. En estos casos, la norma histórica fue la de una cierta cuota de autoritarismo para generar gobernabilidad en estas sociedades.
Estas consideraciones llevan a la conclusión de que una relación positiva entre estado y democracia solo es posible bajo estados infraestructuralmente poderosos.
A nosotros nos gustaría llamar la atención sobre otro aspecto que, a nuestro entender, fue fundamental en la relación estado-democracia. En América Latina el proceso de construcción del estado estuvo basado en una legitimidad que respondía a una doble demanda: por un lado, la imposición del orden que superara de manera efectiva el proceso de anarquía que había resultado del proceso de independencia, y por otro lado, algo que, entendemos, fue particular de América Latina, la implementación de un proyecto de desarrollo como parte constitutiva del estado nacional. Ambos procesos, resumidos en la fórmula “orden y progreso” fueron en realidad un solo y se implicaron mutuamente (Oszlak, 2006).
El estado como agente de desarrollo implicó una serie de cuestiones que llevarían a una permanente alteración del equilibrio social, todo lo cual redundó negativamente en la consolidación de la democracia en la región. No obstante, estos desequilibrios no se manifestaron abiertamente sino hasta después de la crisis de 1930, que puso en jaque el modelo de desarrollo llevado a cabo hasta ese momento.
En efecto, desde 1930, y hasta la década del ’80, la implicación abierta del estado en materia económica, ahora en un sentido que no era el proyectado por las mismas élites que habían orientado al estado durante la fase de formación del mismo, provocó mayores o menores niveles de conflictividad social en torno al apoyo u oposición respecto del patrón de intervención del estado en la economía y la sociedad. Tales tensiones no pudieron ser analizadas a través de las incipientes instituciones democráticas. Y ello, en parte por los factores antes mencionados, pero también debido a la oposición y al éxito en la implementación de estrategias de veto por parte de los actores que se oponían a la nueva orientación que se le quería imprimir a la intervención estatal. Así, en muchos casos, las élites de poder ligadas a la economía agroexportadora, cuando no tuvieron bajo su poder las riendas del estado, no tuvieron ningún interés y vieron con desconfianza y como una amenaza a sus intereses el cambio en el rol que estaba teniendo el estado.
Este contexto determinó los cortes sociales que harían dificultosa la tarea de consolidación de un orden democrático que sea aceptado por todos los actores sociales. Por el contrario, la lógica de oposición, en la que se mezclaban inseparablemente las diferencias en cuanto al rumbo que tomaría la intervención estatal, el sentido del nuevo modelo de desarrollo y la participación económica, social y política de las masas antes excluidas, degeneró en una dinámica política en la cual la definición de un nuevo modelo de desarrollo post 1930 era vista por no pocos actores como excluyente: la construcción de un estado moderno y una sociedad industrial tenía el precio de eliminar del proceso político a aquellos actores consideramos como no-modernos, anarquizantes, y/o desestabilizantes, dependiendo de quién lo mire. En este sentido, tal como se desprende de Lechner (1983) los actores se consideraban a si mismos como constituidos de forma previa al orden social y al estado, por lo tanto no encontraban un parámetro común en base al cual construir un orden social consensuado. Tal fue la base de no pocos conflictos y tensiones.
Este es el período que Portantiero (1984) nombra como “estado social” cuya dinámica política “neocorporativista” estatal implicaba un tipo de gobernabilidad que tenía como eje la organización y reducción de demandas como requisito para controlar el ciclo económico del capitalismo.
Sin embargo, y en consideración de las observaciones antes realizadas, la dinámica política real generó fuertes oposiciones sociales que llevaron, no a la construcción consensuada de un orden políticamente democrático y económicamente industrialista, sino más bien a una lógica de guerra por la cual se consideraba necesario la exclusión, y posteriormente la eliminación, del adversario como requisito para la construcción de un orden, ahora sí, coherente y ordenadamente factible[3].
En ese contexto, la consolidación de un orden democrático quedó negativamente afectada, y en algunos casos expresado sólo a nivel discursivo, hasta que la lógica de violencia desatada por la dinámica política antes mencionada estalló en tal magnitud que los actores sociales, siguiendo el trayecto trazado por Kant respecto del aprendizaje de la violencia como camino para llevar a la paz, entendieron que la democracia era la única manera civilizada, si se quiere, de saldar las diferencias y canalizar organizadamente las demandas. Recién allí, la democracia tuvo un valor intrínseco. Pero eso sólo sucedió, como dijimos al principio, en la década del ’80.
Estado y democracia después de la década del ‘80
Si bien en esta década se da una ruptura en cuanto a la revalorización de la democracia como régimen político deseable, al mismo tiempo convergen dos procesos de manera simultánea que, aunque por distintas razones, provocan un mismo resultado: una nueva contraposición entre estado y democracia, pero bajo otros términos. Tal como destaca Iazzetta (2005), la renovada legitimidad de la democracia tuvo como contrapartida una reacción anti-estado en la opinión pública. Como si la existencia de la primera necesitara como condición el retraimiento del último. El otro proceso que se combinó con este fue el discurso neoliberal que, subido a esta ola democratizante, malentendidamente anti estatista, logró colar sus demandas anti estado e imponer al “mercado como máxima instancia de regulación social”.
Frente a esta situación, que planteaba un juego de suma cero entre estado y democracia y, también vale la pena decir, entre estado y mercado, y en última instancia entre estado y sociedad; fueron alzándose voces críticas que intentaron desarmar, no siempre con éxito en la práctica, la fórmula neoliberal de que mas estado implica siempre menos libertad, menos democracia, fórmula inexpugnable cuya simpleza facilitó su apropiación por parte de sectores sociales históricamente opuestos a ese tipo de discursos.
Autores como O’ Donnell, entre otros, plantearon que la democracia en realidad es impensable sin un estado. Con gran economía de leguaje, Iazzetta lo resume en estos términos: “No es posible pensar la ciudadanía fuera de la democracia; sin embargo, pese a requerirse mutuamente, ambas precisan del Estado, pues si bien la ciudadanía sólo puede existir dentro de la legalidad de la democracia, la mera existencia de ésta no basta para tornarla efectiva sin un Estado que pueda asegurarla y garantizarla” (2005: 75, subrayado original).
Es importante destacar que esta visión es relativamente nueva, de ahí la necesidad de “reconceptualizar la democracia” que el autor recién citado destaca. En la práctica, dicho discurso comienza a tener entidad una vez que el huracán neoliberal, en gran parte pero no sólo por haber operado achicando, neutralizando y/o desarticulando el estado, dejara un profundo legado de desigualdad, desregulación y desprotección social. Recién cuando la práctica de la “libertad” de mercado opera bajo los términos tal como los entiende el neoliberalismo, comienza a recobrar legitimidad la necesidad de articular estado y democracia, pero por sobre todo la necesidad de recomponer al estado en sus capacidades, tarea en la que, por cierto, no se ha avanzado mucho, dejando intactos los presupuestos neoliberales, aunque sea por defecto.
O’ Donnell incluso fue más allá, entrando en un arduo debate con sus colegas del norte, al proponer no sólo la necesidad de que el estado y la democracia se reencuentren, sino la necesidad de establecer las bases de un nuevo tipo de estado, el democrático, en donde las estructuras burocráticas y el funcionamiento del mismo quede, entre otras cosas, sometido tanto a una accountability vertical, a través de elecciones democráticas (componente democrático de la democracia), como horizontal, a través del funcionamiento efectivo de las agencias de control (componente republicano de la democracia).
En este contexto, vemos como el problema del desarrollo, junto con el estado, sale de la agenda como problema público. Y este es otro de los aspectos donde el neoliberalismo logra imponerse, porque en una etapa en la que el eje de la discusión pública pasa por el renacimiento de la democracia, se logra generar consenso, ya sea conciente o inconscientemente, en amplios sectores de la sociedad de que la presencia del estado en la sociedad, per se, es negativa y que el desarrollo se daría de manera natural una vez que se desataran las fuerzas productivas del mercado.
En este sentido, cabe destacar que en América Latina, en donde predominan sociedades civiles débiles o gelatinosas, el desempeño de los proyectos de desarrollo, y de la economía en general, ha dependido de una presencia activa por parte del estado. En este trabajo hemos sostenido que al no haber consenso sobre esta presencia estatal, ni sobre su orientación, se ha generado un contexto en el que el desempeño económico ha sido más bien pobre y con dificultades extremas tanto para lograr un crecimiento sostenido como socialmente igualitario.
Conclusiones
En este breve trabajo hemos explorado de manera muy sucinta la plausibilidad de la hipótesis que relaciona la tensión entre el estado y la democracia en América Latina con el papel que cumplió el problema del desarrollo, en tanto que éste requirió un rol extendido del estado.
Ahora bien, como la legitimidad de esta intervención no fue compartida por todos los actores sociales políticamente relevantes –en especial aquellos perjudicados o no beneficiados en la medida que su posición social subjetiva lo demandaba- esto se tradujo en una creciente conflictividad social acerca de las reglas de juego bajo las cuales debía intervenir el estado. La dinámica política rápidamente se transformó en un problema cuyo conflicto básico fue cómo acceder y hacer uso del poder del estado. Consideramos que esta trayectoria histórica, en sus rasgos generales, es válida para América Latina y sobre todo para los países grandes y/o que llevaron a cabo procesos de industrialización por sustitución de importaciones. Tal vez Argentina sea el caso paradigmático.
En este sentido, cabe destacar con O’ Donnell (1978) que, ante la división de la sociedad -progresivamente capitalista a medida que se afianza el proyecto modernizador de las élites latinoamericanas- entre capital y trabajo, el estado en América Latina tuvo grandes dificultades y/o fracasó en algunos casos en establecer mediaciones efectivas que permitieran superar o encubrir tal división, de manera de hacer posible una hegemonía estable. Como contrapartida, ello implicó el uso creciente de la violencia por parte del estado en un marco de creciente conflictividad social.
Así, desde esta perspectiva, podemos decir que la imposibilidad de construir un consenso social amplio tanto con respecto al modelo de desarrollo como a un régimen político democrático, se vincula con la dificultad o la debilidad que tuvo el estado (entendido como estado capitalista y no meramente como estado para los capitalistas) para imponer una hegemonía que pueda prescindir de la coerción.
Dicho fracaso se puede vincular con dos aspectos complementarios. Por un lado, se puede ver como el resultado de la escasez de recursos por parte del estado para organizar y satisfacer demandas de justicia sustantiva por parte de los sectores más desprotegidos de la sociedad, y así lograr una amplia legitimidad. Pero al mismo tiempo, puede verse como el resultado del fracaso del estado en establecer mediaciones efectivas que superen la división básica de la sociedad, ya sea a través de establecimiento de figuras como la Ciudadanía, la Nación y/o el Pueblo (O’ Donnell, 1978)[4]. En este punto, se podría pensar que dicho fracaso a su vez se articula con la inexistencia en América Latina de un entramado de derechos y garantías subjetivas que fundamentan la ciudadanía misma (O’ Donnell, 2001).
Esa incapacidad del estado latinoamericano de establecer mediaciones efectivas también puede ser entendida a partir de la persistencia del legado colonial patrimonial. En efecto, puede pensarse que la no existencia de mediaciones efectivas se relaciona con la capacidad de veto de las élites tradicionales frente a la emergencia de un poder despersonalizado y abstracto encarnado en el estado. A partir de él, las élites ya no hubieran podido seguir reproduciendo un orden social basado en la autoridad que confiere la tradición de los que siempre mandaron.

[1] Ver al respecto Lechner (1983). El autor desglosa el fundamento conceptual de la lógica de la acción política de dos matrices teóricas o “vertientes que inspiran las estrategias políticas” en esta época: jurídico-liberal y económico-clasista-marxista. Ambas, tienen en común -desde que parten del supuesto de que los actores se constituyen de forma previa al estado y que hay una división tajante entre estado y sociedad- la subordinación de la política y el estado al proceso económico y social.
[2] Mann (2004: 180) define al poder infraestructural como “la capacidad del estado para implementar realmente decisiones a lo largo de su territorio independientemente de quién tome dichas decisiones”.
[3] Al respecto ver Portantiero (1984) y Lechner (1983 y 2006).
[4] Para O’ Donnell el estado, a fin de funcionar efectivamente como garante del orden capitalista, establece mediaciones en la sociedad para encubrir su división básica entre capital y trabajo. Las mediaciones más generales son: la Ciudadanía (fundamento más abstracto del estado capitalista, cuyo contenido de libertad e igualdad formal aseguran la concurrencia del trabajo al mercado como una mercancía); la nación (fundamenta la idea de un sustrato común permitiendo superar los clivajes de clase); y pueblo (tiene un menor nivel de abstracción –pero mayor que la clase, que es lo más concreto- y tiene una doble dimensión: por un lado es la muestra de la capacidad de la sociedad de imponer su propio sistema de solidaridades y desde ahí abrir una puerta para reclamar justicia sustantiva que supere lo formal y generar una mayor autoconciencia, y, por otro lado, puede ser utilizado por las fuerzas del orden para reunir a diferentes sujetos sociales en base a un criterio diferente que el de “su verdadera condición de dominados”, es decir un criterio distinto a la clase.

lunes, 27 de octubre de 2008

Coyuntura


Y si... tuvo que hacerlo... RMU opinó sobre la crisis global o como quiera que se llame "eso" que está pasando.

GLS

viernes, 10 de octubre de 2008

Dos grupos, un proyecto

















Integrantes del Grupo Juramento tuvieron, recientemente, la oportunidad de encontrarse con los amigos del grupo Brasil e Desenvolvimento, constituido en su mayoría por estudiantes de Derecho de la Universidad de Brasilia interesados en temas de desarrollo y coordinado por Daniel Vargas, Subsecretario de Desarrollo Sostenible de la Secretaria de Asuntos Estratégicos de Brasil, y por Vitor Chaves, Jefe de Gabinete del Ministro Mangabeira Unger.

Se analizaron diversas formas de colaboración entre ambos grupos, tendientes a fomentar, desde nuestros lugares de lucha, estrategias para el desarrollo común de Argentina y Brasil, que a la vez que supere las diferencias del pasado, venza las desconfianzas actuales y construya futuro.
GLS

Mangabeira Unger en el CARI

El viernes 12 de septiembre pasado, Roberto Mangabeira Unger disertó en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales.

Aquí pueden ver una precaria filmación de los últimos cuatro minutos de la exposición. (Pido disculpas por el terremoto que se desata a partir del minuto 3:47… es que me puse a aplaudir y me olvidé de la filmación).

GLS

Apostillas mediáticas


Algunas menciones en los diarios argentinos sobre la visita de Mangabeira Unger a nuestro país y las iniciativas que de esa visita resultaron.

En Clarín, sobre el encuentro con Nilda Garré.

En La Nación, sobre el escudo de defensa de Brasil y sobre el encuentro con Jorge Taiana.

En Perfil, sobre la charla en el CARI y un artículo del ex canciller Rafael Bielsa.

Además, se ha comentado en trabajo del Ministro Mangabeira Unger en América 24, C5N, Radio Continental, Radio América, y Ámbito Financiero.

GLS

lunes, 6 de octubre de 2008

Vivir de la política


Habitualmente los periodistas y comunicadores, como el público en general, tergiversan las citas de grandes autores con el fin de otorgarle autoridad y solvencia a sus argumentos. Es así como se ha vuelto un lugar común las caracterizaciones de Max Weber (1864-1920) acerca de dos situaciones: vivir “de la política” y “para la política”. Se cita a Weber diciendo que se refería los primeros como los políticos corruptos que se sirven de su cargo para beneficio personal en tanto que los segundos eran los dirigentes abnegados que cumplían su auténtica función de representantes, bregando por el bienestar general. Leyendo “El político y el científico” observamos lo errado de la caracterización. Para Weber, quienes viven “para la política” son los honoratiores, es decir aquellos hombres que habiéndose asegurado su bienestar personal en otros campos (empresarial, por linaje, por poseer algún tipo de renta, etc.) dedican su tiempo libre, de ocio creativo, a la cosa pública; en tanto que los que viven de la política son los políticos de la Modernidad, cuya dedicación a la cosa pública es permanente y perciben una remuneración por ello. Weber celebraba que los que viven de la política prevalecieran por sobre los que viven para la política, porque ello implicaba el paso de un sistema patrimonialista o feudal hacia uno más democrático, igualitario y por lo tanto moderno. El sociólogo alemán no planteaba la dicotomía entre corruptos y honestos o bien entre pícaros y abnegados, sino la contraposición entre un sistema de estamentos o castas y un sistema de profesionales que se insertaban en la estructura de un Estado burocrático moderno. En síntesis, la conceptualización weberiana implica algo diametralmente opuesto al lugar común que se le asigna habitualmente en los debates políticos mediatizados.


JIM

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cornel West con el Grupo Juramento

En este corto video, filmado a los pies del Cristo Redentor en Rio de Janeiro, el tío Cornel expresa sus deseos de venir a nuestro país, para "escuchar y aprender, y para involucrarse en la realización de esa gran fusión entre el Evangelio Cristiano y la lucha por la justicia. Porque creo en el Amor; y la Justicia es la forma en que el Amor se ve en público".

En mayo de 2009 lo estamos trayendo.

El impulso experimentalista: la gran ausencia en el entramado institucional de Estados Unidos


(*) Por Gabriel Saez

A esta altura de los desarrollos históricos, decir que Estados Unidos es un gran país suena, en la mayoría de los oídos, como una obviedad. Sin embargo, otros pueden encontrar esa declaración muy irritante. La admiración y la desconfianza que la potencia global despierta en el mundo pueden provocar una u otra reacción.
Dejemos de lado los indicadores de su poder económico, la contundencia de su capacidad militar y la enorme penetración que su impronta cultural ha alcanzado en todos los rincones del planeta. Observemos, en cambio, los méritos que el pueblo y los gobiernos de ese país han hecho para asegurar el cumplimiento de sus más profundos y duraderos deseos. Deseos de libertad y de seguridad. Anhelos de grandeza y desarrollo individual. Esperanza de poder involucrarse en el mundo, sin atarse al mundo.
Cuando ensayamos esa mirada, las posturas críticas se reducen todavía más. Estados Unidos tiene muchas cuentas pendientes. Es vergonzoso aún hoy comprobar el trato que han recibido los afro americanos en ese país hasta bien entrado el siglo XX; y la forma dolorosa, lenta y contradictoria en la que esa situación se fue revirtiendo. Por otra parte, la pobreza no es un fenómeno desconocido. Es, al contrario, un elemento cada vez más común en el paisaje estadounidense. Sin embargo, el país se ha demostrado ser un terreno fértil para iniciativas grupales e individuales, para ideas y proyectos, para la innovación y la transformación. En definitiva, Estados Unidos ha sido exitoso en cumplir sus propios sueños, de su propia manera.
Roberto Mangabeira Unger y Cornel West han definido la conjunción de esos sueños y la forma en que los estadounidenses concuerdan en realizarlos como “the American religion of possibility”: la creencia que sostienen los estadounidenses de que ellos pueden reinventarse y rehacer su sociedad, de que todo puede transformarse en algo nuevo. Dicen estos autores:
“Faith in the power of the individual to better his or her life is the most prominent element in the American religion of possibility, but it is not the only or even the most important one. That religion also includes something more basic and something more ambitious: a belief in the unlimited potential of practical problem solving and a faith in democracy as a terrain on which ordinary men and women can become strongly defined personalities, in full possession of themselves”.[1]
Esos elementos -fe en poder del individuo para alcanzar su propio desarrollo autónomo, confianza en que el resolver problemas en forma práctica acarrea la solución de problemas de fondo y convencimiento de que la democracia es el encuadre apropiado – se han combinado para asegurar el progreso de quienes profesan la religión referida.
Pero el recorrido ha sido, en buena medida, complejo. Los debates entre federalistas y antifederalistas han sido reemplazados, a lo largo de la historia estadounidense, por otros debates, con distintos focos pero con pasiones, intereses e influencias similares. La definición de esos debates se ha dado en las ocasiones que Roberto Gargarella llama “momentos constitucionales”. Gargarella sostiene que “la teoría de los momentos constitucionales propone dividir los tiempos constitucionales en dos. Tiempos de decisiones extraordinarias, propiamente constitucionales, y tiempos de decisiones ordinarias, acciones de gobierno común, periodos normales, de política de baja intensidad… Los momentos ordinarios son los de cualquier gobierno que pretende respetar y reglarse según una Constitución que no dictó y que se le impone, supuestamente como freno y garantía del gobierno de la ley. También existen estos otros momentos, los especiales, los inauditos, los infrecuentes, los excepcionales: los momentos constitucionales. Más allá de los fácilmente identificables, los momentos fundacionales hay contextos históricos en que se puede observar (con o sin modificación del texto constitucional) un cambio, una reconstrucción de esa fundación, una movilización de la ciudadanía, al ámbito público discutiendo más, la sociedad participando activamente, interviniendo inusitadamente, rompiendo el consenso tácito para expresar la necesidad de cambio… (Son) momentos donde el contrato puede ser reafirmado o reformado por este evento extraordinario, un movimiento ciudadano y democrático en acción en la arena política institucionalizada y no institucionalizada.”[2]
Coincidentemente, Marc Landy y Sydney M. Milkis identifican instancias claves en la historia estadounidense a las que llaman “constitutional refoundings”.[3] Se trata de “major points of developmental transition (that) involve debate and conflict about fundamental questions of American political life: the meaning of rights and how government can best protect them… Each episode was a refounding that engaged citizens in conflict and resolution about the meaning of the Declaration and Constitution for their own time.”[4]
Estos autores definen cuatro refundaciones constitucionales ocurridas, cronológicamente, durante las presidencias de Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt.
De esta forma, la primera refundación promovió la democracia al apoyar y nutrir principios como la libertad de opinión, la supremacía de poder legislativo y la defensa de los poderes estaduales autónomos. La segunda refundación expandió el impulso democrático de la primera y estableció un sistema de partidos en el que el liderazgo presidencial pasó a jugar un papel protagónico. La tercera refundación, durante la presidencia de Lincoln, se suscitó debido a la controversia sobre la esclavitud. Implicó la decisión de mantener intacta a la Unión al tiempo que se la re-consagraba a los principios de la Declaración de la Independencia. A principios del siglo pasado tuvo lugar la así denominada “era progresista”. No es considerar como una refundación, pero si un momento en el que se generaron nuevas ideas sobre la democracia directa y la expansión del gobierno nacional que aún continúan vigentes y controversiales. La cuarta refundación rescribió el contrato social existente y estableció un Estado mucho más fuerte con el objetivo de contrarrestar la concentración del poder económico y adicionar derechos económicos a los derechos políticos.
Puede pensarse, entonces, que todo el éxito alcanzado como país ha sido consecuencia de un desarrollo progresivo, que ha superado –y aprovechado- las circunstancias críticas para modificar lo que había que modificar y suprimir lo que había que suprimir. Sin embargo, el progreso económico, social y tecnológico alcanzado no siguió esa lógica simplista. Un impulso experimentalista ha caracterizado casi todas las áreas del quehacer estadounidense. Invención, prueba y error, descarte de formulas viejas o impracticables, y, sobre todo, cooperación en todos los ámbitos han definido al genio de los estadounidenses, como en su momento remarcaran de Tocqueville, Sarmiento y otros.
Es ese impulso experimentalista el que toma una dimensión mayor ante las crisis, como las arriba mencionadas. De hecho, una expresión incontrastable de ese impulso tuvo lugar cuando se orquestó el New Deal, cuando medidas novedosas, profundas y de alcance amplio fueron aceptadas y aplicadas con singular fervor. Los estadounidenses jamás aceptarían la provocación que presenta a tales medidas como una aproximación práctica al socialismo. Pero lo interesante de esta experiencia radica en el hecho de que relativizó las etiquetas ideológicas. Socialismo y capitalismo se fusionaban o convivían o se transformaban en algún otro sistema, a partir del ingenio de los dirigentes estadounidenses y de la claridad de su visión respecto a prioridades e intereses.
Un ejemplo mucho más cercano en el tiempo, muy reciente de hecho, aunque menor en comparación, es la decisión por parte de la Reserva Federal de rescatar del inminente colapso al American Internacional Group (AIG), adquiriendo casi el ochenta por ciento de sus activos, en una maniobra que en latitudes más cercanas se llamaría estatización. Acciones de este tipo, que en principio estarían excluidas de las reglas de juego, son iniciadas cuando intereses vitales están en juego.
Ahora bien, el impulso experimentalista, afín tanto a la cooperación como a la innovación, está presente en todos los aspectos de la vida del país excepto en uno: el armado político-institucional. Más allá de la enmiendas, la Constitución es tomada como palabra revelada. Se discute la intención de los framers y la metodología de interpretación, pero nunca su reinvención. Incluso sin tocar a la Constitución, otros aspectos institucionales también son preservados incluso sin tener en claro el motivo de la férrea resistencia al cambio. ¡Por qué? Quizás la respuesta está en la afirmación de Unger y West de que “Americans have always wavered between the idea that they have to keep reinventing themselves and their arrangements to make good on the promises of American freedom, and the contrary idea that they have already found the basic design of a free society.”[5]
Esta actitud conlleva serias consecuencias. Las rigideces en los sistemas no han dejado de provocar problemas. Estos problemas son variados. Pero general tienen que ver con el debilitamiento de las formas de asociación voluntaria, con la pérdida, según la definición de Robert Putnam, de capital social.
Putnam describe: “‘social capital’ refers to features of social organization such as networks, norms, and social trust that facilitate coordination and cooperation for mutual benefit… By almost every measure, Americans’ direct engagement in politics and government has fallen steadily and sharply over the last generation, despite the fact that average levels of education –the best individual-level predictor of political participation—have risen sharply throughout this period…It is not just the voting booth that has been increasingly deserted by Americans… Americans have also disengaged psychologically from politics and government over this era.”[6]
Estos problemas tienen dos elementos en común: el primero es que todos ellos pueden ser atendidos a partir de un calentamiento en la participación política de la ciudadanía, disparado por modificaciones institucionales. El segundo es que de no solucionarse, esos problemas pueden redundar en la difusión de este ‘anti-impulso’ en las áreas en las que los estadounidenses han mostrado ser innovadores y creativos.
Las modificaciones institucionales pueden referirse al sistema de partidos, al sistema electoral, especialmente en lo referido a las primarias, al financiamiento de las campañas, etc. Muchas de ellas fueron abordadas en el seminario “Estados Unidos hoy: Construcción e implementación de la política exterior y doméstica”, organizado por la Comisión Fulbright y la Universidad de San Andrés en agosto pasado. Cada una merece un análisis y un diagnóstico certero, y no es ese el propósito de este corto trabajo.
El propósito es simplemente comentar una situación y llamar la atención sobre un punto muy relevante, que quizás no sea tan ajeno a la realidad que vivimos los argentinos.
Unger y West terminan advirtiendo (y proponiendo): “Americans should use the tools of institutional experimentalism to rethink and rebuild each strand in their religion of possibility: the hope of social opportunity and mobility for the individual; the hope that practical ingenuity can resolve, one by one, the problems people face; and the hope that under democracy individual men and women can achieve the largeness of vision and experience that less democratic civilizations have reserved for the exceptional few. …Unless Americans prove themselves willing to be as open-minded about institutional arrangements of the country as they have been about almost everything else they will (..) find their hopes frustrated.”[7]
Quizás el beneficio principal de la campaña presidencial 2008 no sea la perspectiva de que algún representante de alguna minoría o grupo postergado llegue al poder, sino la diseminación de que la arena política aún puede ser un lugar caliente, decisorio, imposible de suplantar.




GLS



[1] Mangabeira Unger, Roberto & Cornel West. The Future of American Progressivism, Beacon Press Boston, 1998. Página 10.
[2] En http://seminariogargarella.blogspot.com/
[3] Landy, Marc y Sydney M. Milkis. American Government: Balancing Democracy and Rights. Cambridge University Press.
[4] Landy y Milkis, páginas 129-130.
[5] Mangabeira Unger y West, página 40.
[6] En Bowiling Alone: America’s Declining Social Capital
[7] Mangabeira Unger y West, página 24.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Roberto Mangabeira Unger en televisión abierta de Argentina

En el marco de su visita a nuestro país para promover el debate binacional sobre estrategias de desarrollo conjuntas entre Argentina y Brasil, el Ministro de Asuntos Estratégicos Roberto Mangabeira Unger estuvo en el programa Visión 7 Internacional el día sábado. Acceda aquí a la entrevista que le hicieron Pedro Brieger e Hinde Pomeraniec:

jueves, 21 de agosto de 2008

“Ministro de las Ideas” brasileño discutirá temas estratégicos con pares locales


El 11 y 12 de septiembre próximo el ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil, Roberto Mangabeira Unger, visitará nuestro país y sostendrá reuniones de alto nivel con funcionarios nacionales de primera línea con el fin de discutir posibles convergencias en las estrategias nacionales de desarrollo, establecer vínculos formales con distintas áreas del gobierno argentino y explorar posibilidades de cooperación en temas como defensa, educación y producción.

Mangabeira Unger se reunirá con los ministros de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Jorge Taiana; de Defensa, Nilda Garré; de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, Julio De Vido; y de Educación, Jorge Tedesco.

Luego de esta agenda oficial, los días 13 y 14 de septiembre, el Ministro -en coordinación con un grupo de profesionales argentinos dedicados a la difusión de sus ideas, “Grupo Juramento”- entablará reuniones informales con personalidades destacadas, tales como el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, y el ministro Raúl Zaffaroni.

Mangabeira Unger ocupa su actual cargo desde hace poco más de un año. Su responsabilidad es pensar a Brasil en el largo plazo, tarea poco habitual para los países sudamericanos. Tiene responsabilidades en temas de defensa, de reorganización de las relaciones laborales, de educación, de profundización del mercado por parte del estado y del programa “Amazonas sustentable”, entre otras cosas.

Son conocidas las ideas que nutren la estrategia política de Mangabeira Unger en cuanto a la necesidad de superar las políticas neoliberales basadas exclusivamente en una estabilidad macroeconómica. Para ello, implementa acciones que se basan, por ejemplo, en el estímulo a la producción con alto valor agregado, promoción de la industria local, fomento a las pequeñas y medianas empresas y la defensa de un modelo de desarrollo medioambiental y socialmente sostenible.

Mangabeira Unger es un intelectual de prestigio internacional, profesor de la Escuela de Leyes de Harvard (el único latinoamericano) desde que tenía 24 años y uno de los principales referentes de la corriente de estudios críticos del derecho. Ha escrito sobre economía, psicología, historia y teoría social en general. En una entrevista de principios de año, el New York Times lo presentó como el “Ministro de las Ideas”.

lunes, 11 de agosto de 2008

Seguridad y desarrollo en América Latina: El Consejo Sudamericano de Defensa

El análisis de una relación interdependiente entre la seguridad y el desarrollo es tanto o más antiguo que el del huevo o la gallina. En ese marco, está claro que nunca estarán seguros aquellos países en donde no se brinde una educación solvente a sus pueblos –no a unos pocos sino a la totalidad o, al menos, para intentar no ser tildado de “utópico”, a la gran mayoría-; mientras no se los incluya a un sistema de salud eficiente; hasta que no se amplíen las oportunidades laborales. Es decir, hasta que no se presenten alternativas efectivas que incluyan y eviten seguir escondiendo la realidad debajo de la alfombra con las soluciones habituales, normalmente pensadas para se adoptadas durante un interlapso muy limitado y habitualmente perpetuadas en el tiempo.

Pero lo cierto es que también resulta difícil dar solución a esas demandas, que se han profundizado con el paso del tiempo, en un contexto de profunda violencia.

Hoy, en América Latina, y a diferencia de la situación por la que atraviesan las potencias mundiales, las principales amenazas no provienen de cuestiones tales como el terrorismo. Las mismas están vinculadas, entre otras cosas, al hambre, la pobreza, la falta de educación y el limitadísimo acceso a un sistema de salud decente. En suma, a problemas internos de cada país vinculados a los precarios niveles de desarrollo sustentable, en donde la violencia ya es estructural -prácticamente heredada de generación en generación y expandida gradualmente por el agravamiento de los niveles de exclusión y marginalidad en la región-.

No obstante, esos problemas, de tipo principalmente domésticos, suelen trasladarse hacia otros países. Pero como la idea no es que esos efectos sean abordados en estas breves reflexiones, simplemente vale la pena tener en cuenta que en la actualidad América del Sur, no sin tener en cuenta las amenazas que la aquejan, propias de las asimetrías que la caracterizan, se encuentra en paz y tiene en sus manos la posibilidad de resolver sus propias limitaciones domésticas.

Ello viene en consideración a que no existe una región en el mundo que esté en condiciones de mejorar la calidad de vida de las naciones que la integran mientras se esté en estado de guerra. Otra vez, las causas y los efectos tienden a desdibujarse. ¿Utópico nuevamente? Tal vez.

Pero voy a tratar de argumentar esto brevemente: los conflictos limítrofes que persisten en la actualidad han sido heredados, como mínimo, del S. XIX (verbigracia Chile y Perú, Chile y Bolivia, Colombia y Nicaragua y Venezuela y Guyana). Los últimos acontecimientos entre Colombia y Ecuador, que llevaron a la amenaza del uso de la fuerza militar, con la inclusión en el plató de Venezuela, demostraron que el poder del diálogo civil y la resolución pacífica de los conflictos es el modus operandi de los gobiernos del subcontinente. A eso debería ser incorporado, y no es cosa menor, el hecho de que la región está libre de la existencia de armas nucleares, demostrando un claro compromiso por una cultura de paz. En ese contexto, lejos estamos de un conflicto armado y como reaseguro de ello se decidió crear un grupo de trabajo, en el marco de la Unión Sudamericana de Naciones, para que presentara una propuesta para crear un Consejo Sudamericano de Defensa al Consejo de Jefes de Estado de ese bloque.

Y es así que 12 países con realidades profundamente disímiles, grandes asimetrías en diversas áreas (sistema de modernización de sus sistemas de defensa, capacidades, producción industrial para la Defensa) y hasta marcadas diferencias políticas han decidido avanzar, por consenso, en la creación de un Consejo que se propone consolidar a América del Sur como una zona de paz. Esa condición permitirá que los países involucrados puedan hacer hincapié en las verdaderas amenazas de la región, vinculadas a la necesidad, ardua y compleja, de generar un desarrollo integral de sus pueblos.

NMC

viernes, 1 de agosto de 2008

Paulo Freire: entre Cristo y Marx

Alfredo me llamó la atención sobre una entrevista a Iván Petrella que salió en La Nación el 16 de julio. El título es esperable de alguien que se ha especializado en la teología de la liberación: “Se pueder ser religioso y progresista. Además de elocuente, ese título es para mi –ya sé que para muchos no- además, obvio.

Vean este pasaje de la última entrevista dada por el gran Paulo Freire, en el que habla de Cristo y de Marx, y de cómo y por qué se sintió cercano a ambos.



A Freire no se lo podría, en principio, catalogar de religioso. Pero ya sabemos que las etiquetas no sirven para casi nada…

GLS

miércoles, 30 de julio de 2008

Los jóvenes y la política

La semana pasada participé de un almuerzo de debate en una ONG. El tema principal era “los jóvenes y la política”. No estoy seguro de haberme llevado demasiadas certezas de dicho encuentro, pero creo que valió la pena solamente por la valija de preguntas que podría llenar hoy con los interrogantes que quedaron dando vueltas en mi cabeza…

Una de las primeras preguntas que me hice fue ¿qué porcentaje de jóvenes argentinos tiene interés por la política? No se si por la falta de credibilidad en encuestas oficiales, observatorios K y anti-K, etcétera, pero resulta difícil encontrar un número representativo que responda a esto… Me animo a generalizar: muy pocos (al menos fuera de los ámbitos de las ciencias sociales). Encontré, por ejemplo, una encuesta de febrero de 2008 que dice que el 74% de los jóvenes de nuestro país no tiene interés alguno por la política.

Otra pregunta, que en realidad, deriva del párrafo anterior, sería ¿qué entendemos por política o qué entienden los jóvenes por política? El concepto de política no sólo ha evolucionado mucho con el correr del tiempo sino que sus ámbitos de aplicación son, digamos, bastante elásticos según la coyuntura: en época de elecciones, en democracia, la política parecería adueñarse de todas las mesas de discusión, mientras que el resto del tiempo sólo en ámbitos exclusivos parece ser una constante… Lo que creo: los jóvenes entienden (o entendemos) por política, política partidaria. Y lamentablemente, la crisis de representatividad de nuestro sistema de partidos hace que la militancia y participación estén en peligro de extinción. Hay una tendencia a no conectar la política con la vida cotidiana, a tener una visión individualista de los temas sociales y a vincular la política sólo con la corrupción.

Ahora bien, y siendo de lo menos riguroso, supongamos que esa muestra utilizada por los encuestadores sea apropiada, mi duda pasa a ser ¿cuales son los canales a través de los cuales ese 26% restante puede participar en política? Con un sistema de partidos en crisis, las organizaciones de la sociedad civil parecen ser el salvoconducto para cientos de jóvenes que no ven (o no entienden) la ideología (suponiendo que la tengan) que representa tal o cual partido. Entonces, y como dijo sin anestesia un profesor que participaba del almuerzo, “como no saben bien que intereses representa el PJ, la UCR o la Coalición Cívica, salvemos a las ballenas [en alusión a la militancia ambientalista, por ejemplo, de Greenpeace]”.

Tal vez sea erróneo juzgar a la juventud (que, por cierto, es un concepto también cada vez más elástico) de comienzos del siglo XXI con los mismos criterios que la de los ochenta. El tema de “la política” se encontraba a flor de piel con el regreso de la democracia y, después de los tormentos de la dictadura, el compromiso con los valores democráticos se expresaba principalmente en la participación de los jóvenes en política. Pero hoy la situación es muy diferente, muchos de nosotros nacimos en democracia y, tal vez, sólo tal vez, las crisis recurrentes, sumadas a los incontables casos de corrupción y al deterioro de la calidad de vida de gran parte de la población, han promovido el desencanto juvenil por la política.

Como decía al comienzo, me quedo con más dudas que certezas. Lo importante, creo, es que los miembros de este grupo podemos dar cuanta (como muchos otros jóvenes argentinos) de que existe todavía un espíritu deseoso de cambio y de compromiso político. Quizás falte todavía mucho para que alguno de nosotros acceda a un cargo de poder que permita “hacer política” en términos clásicos, sin embargo, estimo que hablo en nombre de la mayoría cuando digo que, para nosotros, la política está en cada momento, y honraremos este compromiso desde donde nos toque.

En mayo del 2008 se cumplieron 40 años del famoso “mayo francés”, en el que un grupo de jóvenes estudiantes se hicieron escuchar al más alto nivel. Sin profundizar demasiado en las banderas que llevó la protesta, pocos podrían negar el impacto que esa masa crítica juvenil tuvo en el gobierno de De Gaulle, el impacto que generaron en “la política” de Francia. A más de cuatro décadas de ese acontecimiento, los invito a que pensemos y luchemos juntos por una mayor y mejor participación de los jóvenes en la política argentina.

NOP.

lunes, 28 de julio de 2008

Extremo Occidente


El tema de la Identidad es un tópico recurrente en la literatura y las ciencias sociales latinoamericanas. La cuestión del Ser Latinoamericano como ente socio-político y cultural ha sido tema de estudio y discusión para hombres del pensamiento y la acción de estas latitudes. Así y todo, el origen del concepto “América Latina” es poco conocido; para muchos, inédito.

Muy pocos saben que fue en la Corte de Napoleón III donde se acuñó esta idea que permitiera emparentar a los franceses con todos aquellos nacidos al Sur del Río Grande. El Emperador francés, sobrino de Napoleón I, había iniciado una aventura imperialista que incluyó la invasión a México y la posterior coronación de un descendiente de la Casa de Habsburgo como emperador del país azteca. Más allá de la pintoresca anécdota, los franceses, en pos de justificar la intervención militar, se remitieron al origen común de todos los pueblos que hablan lenguas romances, es decir, derivadas del latín. El origen común implicaba solidaridad e intereses comunes; en realidad, derecho para invadir.

Claro que la construcción identitaria es un proceso complejo que va más allá de esta anécdota palaciega. Asimismo, el carácter latinoamericano pasa a ser una apropiación de muchas otras tradiciones que interactuaron desde hace cinco siglos en nuestro subcontinente.

JIM

Demofilia


(Obras de Oswaldo Guayasamín)

Cuando empezamos, una de las primeras cosas que queríamos y teníamos que decidir era el nombre del grupo. Algunos de nosotros propusimos, entre otras posibilidades, el nombre “Demofilia”. No tuvimos suerte. Fuimos tomados a la chacota y reprimidos, verbal pero violentamente, por el resto del grupo. No importa… ya nos recuperamos.

Nuestra frustrada propuesta había nacido de un concepto no muy difundido (de hecho, el procesador de textos que estoy utilizando no lo reconoce como palabra). Demofilia es amor por el pueblo, como resulta obvio una vez que pasamos la barrera auditiva que emparienta al concepto con diversas enfermedades y perversiones. Otras interpretaciones lo describen como “atracción por las muchedumbres”, lo que también sería comprensible porque los que proponíamos ese nombre somos de Boca.

El concepto era apreciado por Augusto Cesar Sandino, quien repetía a menudo “Yo estoy enfermo de demofilia. No sólo amo a mi pueblo sino que amo a los pueblos, y con esta enfermedad me voy a la tumba.” Y si… suena como una enfermedad, pero es algo muy sano.

Lo siguiente es de Mangabeira Unger y Cornel West, en The Future of American Progressivism:
The soul of the ordinary man and woman hides vast recesses of intensity. The sadness of much human life lies in the disproportion between this intensity and the accidental or unworthy objects on which people so often lavish their intense commitments. That this reserve capacity for devotion and obsession can be tapped productively, for the good of the community as well as the individual, has always been a major tenet of the American religion of possibility. Democracy, Americans understand, depends upon demophilia, love of the people.”

La demofobia, también comentada en el libro citado, es él antídoto para esa supuesta enfermedad. Decidamos, si no lo hemos hecho ya, contagiarnos alegremente y no recuperarnos nunca.

GLS

miércoles, 23 de julio de 2008

Encuentro de intelectuales y políticos progresistas en Rio de Janeiro


El Grupo Juramento ha sido invitado a asistir al Seminario "Instituciones para la Innovación" organizado por Roberto Mangabeira Unger y Eric Besson. Tendrá lugar en Rio el 6 y 7 de Agosto.

Además, estamos asistiendo al Gabinete del Ministro en la elección e invitación de potenciales participantes de nuestro país.

Los temas que se abordarán incluyen:

- Innovation with crisis, innovation without crisis.
- Innovation and inequality.
- Innovation in the economy.
- Innovation in the organization and practice of education.
- Innovation in social policy.
- Participation and experimentalism in representative democracy.

Entre los prestigiosos invitados estarán Marco Aurelio Garcia, David Lammy, Jorge Castañeda, Cornel West, Charles Sabel, Sanjay G. Reddy, etc

Estamos seguros que será una experiencia que nos inspirará y potenciará nuestros esfuerzos.

GLS

viernes, 18 de julio de 2008

Proyecto Amazonas

En este video, el Ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil, Roberto Mangabeira Unger, habla de su visión y propuestas para Amazonas. Disfruten...



GLS

miércoles, 16 de julio de 2008

En Australia y en Canadá

Inaugurando nuestra videoteca, colgamos aquí un video cortito pero muy significativo. Se trata del momento en el que Kevin Rudd, Primer Ministro de Australia, le pide perdón, en nombre de la nación, a la “generación robada” de indígenas australianos.

Durante el siglo que va de 1869 a 1969, el gobierno australiano, a través de sus agencias nacionales y locales, quitó sistemáticamente a los niños indígenas del seno de sus familias. Las excusas se basaron, parcialmente, en situaciones reales de abuso, pero no se hizo ningún tipo de distinción entre los afectados ni se buscaron salidas más imaginativas, que resultaran el progreso de toda la población autóctona.

La historia es compleja, con muchas aristas. Es un caso que vale la pena estudiar. Simplemente me limito a compartir el momento histórico en que un jefe de gobierno se hace cargo de la historia y pide perdón. Aclaro que muchos no estuvieron de acuerdo con este gesto. Otros, criticaron el hecho de que las palabras no fueron acompañadas por compensaciones económicas.

El mes pasado, el Primer Ministro canadiense siguió el ejemplo de su par australiano al pedir perdón por el sistema de escuelas residenciales indias, cuyo propósito solía esperarse cruelmente como "to kill the Indian in the child."

Nosotros, en la Argentina de hoy, saludamos cualquier esfuerzo de reconciliación nacional que tenga lugar en cualquier país.








GLS

Las Feiras

La otra semana tuve que viajar a Rosario. Fui en micro. En el viaje pasaron una película. Me resultó extraña la elección: se trataba de la producción brasileña “Olga”, sobre la vida de Olga Benario, primera mujer de Luis Carlos Prestes.

Más allá de la evaluación de los méritos artísticos de la obra en cuestión, siempre es interesante repasar la vida de una persona que, desde un campo de concentración y en las vísperas de su muerte, dice, convencida, “Luché por lo justo, por lo bueno, por lo mejor del mundo”.

Al regresar de Rosario fui a buscar en mi biblioteca una biografía de Prestes que me había comprado el año pasado. En ella se cuenta sobre el tiempo que pasó en Buenos Aires el “Caballero de la Esperanza”. Aquí se hace amigo de Rodolfo Ghioldi, baluarte (¡?) del comunismo argentino, quién se transforma en una especie de mentor ideológico.

También se relata el momento de la liberación de Prestes y se incluye unos párrafos de “Confieso que he vivido” de Neruda, donde el chileno evoca la ocasión en que lo conoció.

Hay ciento treinta mil almas en el Pacaembú. Llega Prestes, sobrio, solemne. Neruda lee un poema en honor del liberado. Lo lee en español. Para sorpresa del autor, la multitud parece entender cada palabra. Más tarde, los dos personajes se encuentran. Relata Neruda:

Por fin me encuentro frente a frente con el legendario Luis Carlos Prestes. Está esperándome en la casa de unos amigos suyos…

Dentro de su reserva, es muy cordial conmigo. Creo que me dispensa ese trato cariñoso que frecuentemente recibimos los poetas, una condescendencia entre tierna y evasiva, muy parecida a la que adoptan los adultos al hablar con lo niños.

Prestes me invitó a almorzar para un día de la semana siguiente. Entonces me sucedió una de esas irresponsabilidades solo atribuibles al destino o a mi irresponsabilidad. Sucede que el idioma portugués, no obstante tener su sábado y domingo, no señala los demás días de la semana como lunes, martes, miércoles, etcétera, sino con las endiabladas denominaciones de segunda-feira, terca-feira, quarta-feira, saltándose la primera-feira para complemento. Yo me enredo enteramente en esas feiras, sin saber de qué día se trata.

Me fui a pasar algunas horas en la playa con una bella amiga brasileña, recordándome a mí mismo a cada momento que al día siguiente me había citado Prestes para almorzar. La quarta-feira me enteré de que Prestes me esperó la terca-feira inútilmente con la mesa puesta mientras que yo pasaba las horas en la playa de Ipanema. Me buscó por todas partes sin que nadie supiera mi paradero. El ascético capitán había encargado, en honor a mis predilecciones, vinos excelentes que tan difícil era conseguir en Brasil. Íbamos a almorzar los dos solos.

Cada vez que me acuerdo de esta historia, me quisiera morir de vergüenza. Todo lo he podido aprender en mi vida, menos los días de la semana en portugués.


Que no nos pase a nosotros…. ¿se entiende?

GLS

lunes, 14 de julio de 2008

Sentaku





Mucho de lo que proviene de Japón es asociado con la perfección. Para nuestras sociedades latinoamericanas, ciertos rasgos de comportamiento social y de eficiencia productiva son admirados sin necesidad de ser estudiados a fondo.

Sin embargo, incluso para los parámetros de nuestras problemáticas realidades, es evidente que Japón ha fallado en sus intentos (he hecho esos intentos?) por crear un sistema político competitivo, en el que los partidos puedan alternarse en el ejercicio del poder.

Con el tiempo – y la ayuda de los reveses económicos – esta carencia ha redundado en la situación actual: un Partido Liberal Democrático que ya no monopoliza el gobierno y una oposición que no logra la fuerza necesaria para reemplazarlo. Hace un año el Partido Democrático de Japón alcanzó la mayoría en la Cámara Alta de la Dieta. Lo que en otras circunstancias hubiera sido promisorio, en este caso es inquietante (aunque no necesariamente negativo), ya que la Constitución japonesa no prevé que las cámaras sean controladas por fuerzas políticas distintas.

La necesidad de renovación es, entonces, más que evidente.

Más allá de ciertos intentos de reciclaje (uno de los más notorios protagonizado por Junichiro “Richard Gere” Koizumi) surgen impulsos interesantes. Me refiero al movimiento Sentaku, compuesto por intelectuales, miembros de los principales partidos políticos (incluso miembros de la Dieta y políticos reformistas provenientes de los niveles locales del gobierno) y hasta hombres de negocios.

El objetivo de máxima de este grupo es lograr la reestructuración del sistema político, hasta el punto de alcanzar la ansiada alternancia y al menos cierta coherencia ideológica por parte de los partidos. Para ello, presionan por una descentralización del sistema, demandan que las campañas de basen en plataformas claras y alientan a la población en general, que suele estar en otra cosa, a que controlen a los funcionarios que han elegido.

Coherencia en las propuestas, control de los funcionarios y descentralización del poder son, en definitiva, sus premisas.


Algunos ven la salvación en Sentaku. Otros cuestionan su capacidad para empujar el cambio, siendo que no pudieron hacerlo en el interior de sus propios partidos.
Otros, los que estamos lejos, vamos a seguir su desarrollo con mucho interés.


GLS

viernes, 11 de julio de 2008

Los ángeles de nuestra naturaleza


En cierta ocasión, siendo yo chico, miraba TV cuando me crucé con episodio de Polémica en el Bar. Tenía la palabra su creador, Gerardo Sofovich. No, no estaba hablando sobre su disputa judicial con el Dr. Ekmekdjian. Tampoco se refería al osito Totón ni a los planes que tenía para la carrera artística de Patricia Sarán. Estaba hablando de política.

Contaba que a finales de 1983 tuvo la oportunidad de entrevistar al Dr. Frondizi. Por esos días Argentina vivía un clima de fervor democrático que posiblemente no se haya repetido desde entonces. Se había votado, la Constitución pronto volvería a imperar. El futuro tenía que ser mejor. El pasado no iba a repetirse.

Sofovich comentaba lo sorprendido que estuvo cuando el Dr. Frondizi, aparentemente inmune al ánimo reinante, le sentenció que, de acuerdo a su leal saber y entender, Argentina no tenía remedio. El país no tenía solución. No recuerdo mucho de ese programa, pero si tengo presente lo sorprendido que yo también estuve al escuchar que un ex presidente (el “último estadista”, según la opinión de algunos) tenía una visión tan pesimista en un contexto de tanto optimismo.

Mi reacción fue pensar: “Esta hombre algo sabe”. Algo, algún secreto que explique el motivo de semejante decreto sobre nuestra suerte. Evidentemente, algo sabía. Sus debates con Cooke en la Cámara, su trabajo en la oposición, primero, y luego en el gobierno, sus intentos afianzar el desarrollismo, le habían dado mucha experiencia. Claro que algo sabía. Si bien sus últimos años no lo tuvieron en su esplendor intelectual ni mucho menos, algo seguía sabiendo.

Descarto que la sentencia de Frondizi haya sido original. Podría haber venido de cualquier taxista o de cualquier historiador. La condición para sostener esa idea no tiene que ver con alguna profesión particular o con alguna formación intelectual, sino con un estado de fatiga moral. Muchas veces, muchos argentinos nos encontramos exhaustos. Nos cansamos. A veces de esperar; a veces de hacer. A veces, incluso, nos cansamos de auto engañarnos. Pero después nos cansamos de la realidad.

Más allá de ese cansancio, ¿hay elementos para, objetivamente, pensar que no tenemos solución? Yo puedo pensar en uno (porque creo que hay solo uno): el fetichismo de la enemistad. Amamos tener enemigos. Si son enemigos internos, mejor. Pero no descartamos los externos. Si son enemigos mortales, nuestra vida esta justificada. Ponemos mucho amor al odiar. Creemos que, de esa forma, nos reivindicamos, nos limpiamos. Ponemos nuestra fe en la victoria definitiva sobre el otro.

No voy a hacer referencia al reiterado ejemplo del Pacto de la Moncloa. Tampoco voy a hablar de la reciente declaración del Ingrid Betancourt, en la que manifestaba haber logrado perdonar a sus secuestradores. No voy apoyarme en el esfuerzo de reconciliación que realizó Nelson Mandela. A todo eso se le puede contestar con un vacío ejercicio de evasión, del tipo de: “Se trata de otra situación. Acá es distinto”.

Pero permítanme, a cambio, decir que en nuestro país se ha secuestrado, torturado y matado gente, se ha vivado al cáncer cuando Evita estaba muriendo, se ha declarado que al enemigo no se le dará ni agua, se ha pisoteado la Constitución Nacional, se ha combatido en guerras suicidas, se han entregado las riquezas del país, etc, con el mismo odio con el que se ha repudiado esas mismas acciones. Odiamos por haber sido odiados. Por nuestros hermanos, nuestros enemigos.

¿Querremos, algún día perdonar? ¿Podremos hacerlo entonces?

Superar el fetichismo de la enemistad no implica rechazar a la justicia y el castigo que esta traiga a los ofensores. No requiere sepultar la memoria histórica. Se trata, en cambio, de potenciar la imaginación sanadora. Pensar en los futuros deseables. Patalear en contra de los destinos impuestos, especialmente cuando esos destinos están cargados de odio.

Cuando Abraham Lincoln asumió su primer mandato, su nación estaba a punto de dividirse. Entonces toma el mando y toma la palabra. Explica, tranquiliza, negocia, advierte, aconseja.

Se pregunta, Why should there not be a patient confidence in the ultimate justice of the people?

Invita, My countrymen, one and all, think calmly and well upon this whole subject.

Y termina diciendo, apelando a la memoria con el propósito de unir a sus compatriotas:


“We are not enemies, but friends. We must not be enemies.
Though passion may have strained it must not break our bonds of affection.
The mystic chords of memory…will yet swell …
when again touched, as surely they will be,
by the better angels of our nature.”



Frondizi sabía algo. Lincoln también.
GLS

martes, 1 de julio de 2008

Integrantes del Grupo Juramento visitan a Roberto Mangabeira Unger


Recientemente visitamos al reconocido pensador y actual Ministro Extraordinario de Asuntos Estratégicos de Brasil, Dr. Roberto Mangabeira Unger. En compañía de su Jefe de Gabinete, Dr. Daniel Vargas, el Ministro Mangabeira compartió casi dos horas con integrantes de nuestro Grupo discutiendo temas relativos a la actualidad política, social y económica de Argentina y Brasil, así como también acerca de la necesidad de promover una mayor “comunión intelectual” entre ambas naciones.

El Dr. Unger es una figura intelectual sobresaliente. Entre sus muchos logros académicos se destaca como único profesor latinoamericano de la Escuela de Leyes de la Universidad de Harvard y, a la vez, por haber sido uno de los hombres más jóvenes nombrados al frente de una cátedra en esa prestigiosa institución. Es un referente de la corriente de estudios críticos del Derecho. Desde mediados de 2007, Mangabeira ocupa un destacado espacio en el gabinete del Presidente Lula, al frente del Núcleo de Asuntos Estratégicos, desde donde Brasil ha comenzado a articular su planificación a largo plazo.

Roberto Mangabeira Unger posee un pensamiento extremadamente agudo, es un hombre de acción y ha demostrado poseer una energía inextinguible. Su visión estratégica sobre su país, sobre el mundo desarrollado y sobre las naciones en vías de desarrollo lo presenta como impulsor, en sus propias palabras, de una “herejía global”, opuesta radicalmente al dogma que impera en el mundo. El suyo es un pensamiento verdaderamente holístico.

Cuando leemos su obra, dos sentimientos parecen sobresalir. Por un lado nos estimula, nos entusiasma, nos invade una alegría temeraria y desafiante; al mismo tiempo, nos invita a la acción. Roberto Mangabeira Unger tiene un verdadero programa, un proyecto integral; con una arista de política económica, que también se expresa en una teoría social, que implica una propuesta institucional, que incluye un aporte crítico a la disciplina del derecho y que, finalmente, es una concepción filosófica general.

Entre las elites gobernantes de nuestro país ha existido siempre una marcada reticencia frente a las construcciones intelectuales provenientes de Latinoamérica en general y de Brasil en particular; las ideas más atractivas parecen siempre haber venidos de los ricos países del Atlántico Norte. Hoy, Argentina está desaprovechando una de las coyunturas internacionales más favorables de la historia y se ha embarcado en una nuevo período de autodestrucción; sin debate, sin proyección, sumergida en una “dictadura de las no alternativas” (concepto desarrollado por Roberto Mangabeira Unger en sus libros “The Self Awakened. Pragmatism Unbound” y “What Should the Left Propose?”).

Una vez finalizado el encuentro, creemos haber experimentado una sensación similar a la vivida por el Dr. Unger apenas una década atrás cuando visitaba a un viejo y prestigioso economista. Sentimos una especie de “rejuvenecimiento instantáneo”, estamos convencidos de haber recibido una antorcha, una que no apagaremos al dejar que nos venza la apatía o el descreimiento. Una antorcha que sostendremos a pesar de nuestras propias limitaciones.

Queremos aprovechar este espacio para agradecer al Dr. Unger por su cálido recibimiento y su invaluable aporte intelectual para con el Grupo Juramento. Asimismo, los invitamos a navegar en la riquísima obra de Mangabeira visitando su web: http://www.law.harvard.edu/faculty/unger/

viernes, 27 de junio de 2008

Lo mejor como enemigo de lo bueno: La publicidad oficial y el juego en la provincia de Buenos Aires

La ludopatía es un trastorno reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y consiste básicamente en una alteración del comportamiento, donde una persona siente una incontrolable necesidad de apostar, menospreciando cualquier consecuencia negativa que esto pueda acarrear. ¿Cómo es posible afirmar, entonces, que el Estado combate el juego compulsivo si, al mismo tiempo, se repiten las bondades generadas a partir de la reinversión de sus utilidades?

Probablemente sea familiar para todos, una publicidad oficial de televisión abierta en la que se muestra impunemente la imagen de fachadas de bingos, casinos y otras salas de juego, bajo el nombre de hospitales, escuelas y comedores (de Loterías y Casinos de la Provincia de Buenos Aires). Frente a tal negligencia comparativa vuelve a despertarse en mí un interrogante: ¿Es esta la forma más eficiente de mantener alejada de la tentación a una persona afectada por una patología tan nociva?

Lo mejor es enemigo de lo bueno. Probablemente todos estemos de acuerdo con que, ante la necesidad de combatir el juego clandestino, sea preferible la lotería oficial. Sin embargo, estimo que realizar comparaciones del tipo citado en el párrafo anterior, tan absurdas como peligrosas, atenta no sólo contra quienes luchan por mantenerse alejados del vicio del juego, sino también contra quienes creemos en la necesidad de atender las demandas de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad.

El problema es que, por supuesto, muchos llenan sus bolsillos con el juego. Y en ese sentido, me pregunto, por última vez: ¿Sabe el jugador cuáles son sus chances reales de ganar en cada apuesta? Los juegos de azar están regidos por leyes probabilísticas de matemática pura, y los dueños de salas de juego conocen perfectamente dicha probabilidad. Estimo que el ciudadano argentino que consume este tipo de “servicio” debe tener derecho a recibir, también, esa información. Sin embargo, los entes reguladores y las autoridades de aplicación parecen conformarse con los carteles que tan efectivamente alejan a los apostadores afirmando que “jugar compulsivamente puede ser perjudicial para la salud”.

Adaptado, este texto fue enviado a cuatro de los periódicos más importantes del país, para su publicación en la sección “carta de lectores”. Sin respuesta de ninguno de ellos a la fecha, cumplo con el deber que mi conciencia mi dicta, publicándolo en este espacio.

NOP

jueves, 26 de junio de 2008

El esfuerzo de Bayer (o cómo Sarmiento y José Hernández se volvieron a saludar)



Ayer miraba un reportaje a Osvaldo Bayer en canal 7. El motivo de la charla era rendir homenaje al talentoso y valiente anarquista.

En un momento del programa, el periodista Eduardo Anguita (co-autor con Martín Caparrós de “La Voluntad”), relata una experiencia que vivió con Bayer en un viaje por Santa Cruz. Al aproximarse al lugar que habían identificado como una de las fosas comunes en las que fueron arrojados los cuerpos sin vida de decenas de obreros rurales, fusilados por las huestes de Varela, Bayer empieza a pensar en voz alta. Regresa mentalmente al contexto de la tragedia. Se pregunta (por enésima vez, supongo) por qué todo tuvo que terminar así. “Estaban dadas las condiciones para el diálogo”, se repite. “Había espacio para la negociación”, insiste.


Anguita resalta este ejercicio de intercesión histórica por parte de Bayer. El autor de “La Patagonia rebelde” se esfuerza por volver atrás, aún en su mente, para reparar lo irreparable. Para evitar lo peor. Para no tener nunca que contar lo que contó.

El haber escrito sobre estos tristes episodios le cambió, a Bayer, la suerte para siempre; le trajo notoriedad, reconocimiento y persecución. Sin embargo, nunca aceptó esos hechos. No tendrían que haber ocurrido. Y ahora, décadas después, en el ring de su cabeza, seguía luchando por evitarlos.

Hace algunos años tome un curso en un centro cultural. El curso se planteaba repasar la historia argentina, pero evitando –y confrontando- a la historiografía mitrista. Aprendí mucho. Nuestro digno maestro era un sabio autodidacta (por lo menos en temas históricos) que hoy tiene mucha más llegada al público que en aquellos años.

Me llamaba la atención, sin embargo, que el volante que se repartía por el barrio para publicitar el curso, incluía una frase muy similar a esta: “¿Sabía Ud. que Sarmiento le puso precio a la cabeza de José Hernández?”

Esa era una ingeniosa forma de llamar la atención. Los autores de dos libros fundacionales, enfrentados a muerte: una invitación al festival del morbo. Además, era cierto. Sarmiento efectivamente amenazaba la vida de Hernández. Pero más allá de eso, la invitación, formulada en esos términos, implicaba una postura específica ante la historia. Efectivamente, esa postura se reflejo en todo el curso.

Me parece que está muy bien tomar posturas, incluso posturas fuertes, ante procesos, figuras o momentos históricos. En alguna etapa del desarrollo intelectual del ciudadano, ese ejercicio es casi vital.

Sin embargo, a la luz del recorrido histórico que nuestro país ha realizado desde el intento de cacería de Hernández hasta hoy, me pregunto si no podríamos hacer otro tipo de ejercicio. Uno parecido al que hizo Bayer en Santa Cruz. Uno que construya, que ni desconozca los hechos ni anule los méritos de aquellos que protagonizaron la historia. ¿Es Sarmiento algo más que ese exabrupto que vomitó? ¿En qué circunstancias el autor del Facundo y el autor del Martín Fierro se hubieran dado la mano, aún luego de ese enfrentamiento encarnizado? ¿Buscaban, cada uno a su manera, la grandeza de la Nación?

Mi intención no es disculpar ni defender a Sarmiento. Simplemente me pregunto si la memoria colectiva del país, su mirada al pasado, puede, a los efectos de lograr una reconciliación profunda y una concepción integral y realista de la historia, hacer el esfuerzo imaginativo de propiciar un encuentro definitivo de los supuestos civilizados y los supuestos bárbaros. Las personas ya no se reconciliarán. Su tiempo biográfico pasó. Pero nosotros podemos seguir el ejemplo de Bayer. Preguntar, aunque más no sea, por qué fue así. Y cómo podría haber sido diferente. Y entonces determinar que, por nuestro propio bien, ahora será diferente.

¿Es la mía una visión inocente y/o utópica? Muy posiblemente, si. Pero al menos no es deprimente ni autodestructiva, adjetivos que se han transformado en sinónimos de lo argentino.

Démosle, entonces, una oportunidad al “experimentalismo historiográfico”.

GLS

lunes, 23 de junio de 2008

¿Por qué Grupo Juramento?

“Si fuéramos romanos del siglo III AC buscaríamos el altar donde se conservaba la memoria de los mayores y allí juraríamos no descansar hasta ver derrotados a los hombres que envilecieron a nuestro país, y ver destruido el orden que -en nombre del destino- ellos le impusieron. Como somos argentinos en el siglo XXI, escribimos estas palabras en vez de ir al altar. Que sirvan como otra manera de prestar, ante nuestros conciudadanos, el mismo juramento.”

Hemos adaptado y hecho nuestras estas palabras, enunciadas por el prestigioso intelectual Roberto Mangabeira Unger en su libro “Democracia Realizada. La Alternativa Progresista”, con el fin de ilustrar nuestro sentido compromiso para con el bienestar de nuestros conciudadanos argentinos. Este es nuestro juramento, nuestro compromiso. Hemos encontrado, en esta hermosa frase, una forma de honrar esa tarea, dándole el mismo nombre a nuestro grupo.

Somos un grupo de jóvenes profesionales y estudiantes de diversas disciplinas, comprometidos con los valores democráticos, republicanos y federales. Estamos profundamente convencidos de la necesidad de construir desde la pluralidad de ideas y el debate sano y responsable. Y para jamás olvidar nuestros objetivo, el de derrotar a quienes llevaron a nuestro país al precipicio y quebrar el orden que éstos le imprimieron, decidimos crear este Grupo, como un Juramento.