miércoles, 28 de julio de 2010

Atajos




“La política argentina debe superar una atracción fatal por tomar siempre atajos”

Un verdadero modelo de desarrollo no se puede basar en el voluntarismo político y algunos aciertos económicos: precisa un esfuerzo de construcción institucional y cultura republicana.
Por Fabián Bosoer

La proyección internacional y renombre de este intelectual y político brasileño es correlativa con la creciente relevancia de Brasil en el escenario mundial. Es profesor de la Universidad de Harvard, donde tuvo a Barack Obama como uno de sus más dilectos alumnos. Fue militante político de izquierda en su juventud, candidato a presidente en 2006 por un partido minúsculo y ministro de Asuntos Estratégicos del gobierno de Lula hasta el año pasado. Roberto Mangabeira Unger (62 años) siguió así, sólo en esto, el trayecto de un Fernando Henrique Cardoso o un Hélio Jaguaribe, grandes académicos que no dudaron en asumir responsabilidades de gobierno y meterse de lleno en la política sin menoscabo para su producción intelectual. Pero Mangabeira va más allá y propone, en su último libro editado en español, un manifiesto programático para una “reinvención de la izquierda”. De Brasil y América latina al mundo entero. Estuvo en Buenos Aires, invitado por la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP), para disertar en el seminario “La Argentina y el mundo” organizado con motivo de su 40° aniversario.

Un viejo axioma decía que “de las crisis se sale por derecha”. Sin embargo, tenemos en la actualidad gobiernos tanto de derecha como de izquierda saliendo -o buscando salir- de la crisis económica internacional. ¿Qué tipo de izquierda es la que se observa hoy en los gobiernos que así se definen?

Hoy existen dos izquierdas en el mundo. Una rendida, resignada, que acepta la economía de mercado en su forma actual y la globalización como algo inevitable, y procura simplemente humanizarlas por medio de políticas sociales. Su palabra de orden es “humanizar lo inevitable”. Hay una segunda izquierda, recalcitrante, que tampoco ofrece alternativas, pero quiere desacelerar esa marcha, supuestamente inevitable, para proteger los intereses de su base histórica, el proletariado organizado en los sectores de capital intensivo.

¿No les da usted crédito a ninguna de las dos …?

Falta una tercera izquierda, transformadora, que se proponga reorganizar la economía de mercado al servicio del crecimiento incluyente. Reorganizarla institucionalmente, no simplemente regularla. Y reorientar la globalización, para que el orden global facilite los experimentos divergentes.

¿Esa propuesta alternativa busca una nueva “tercera vía”?

En mi pensamiento político, de alguna forma estoy recuperando la visión clásica de liberales y socialistas, en la que el objetivo supremo es engrandecer a la humanidad -a los seres humanos- y luchar contra las desigualdades. El medio es la reconstrucción institucional, pero sin seguir la visión restrictiva de ese objetivo o la fórmula institucional dogmática de liberales y socialistas clásicos. La práctica necesaria es renovar las instituciones y no aceptar la opción que se plantea hoy en los países del Atlántico Norte, que es restringir el debate a un esfuerzo para reconciliar la flexibilidad económica norteamericana con la protección económica de los europeos, dentro de un horizonte institucional muy limitado.

¿Cómo situaría esta propuesta en el contexto político latinoamericano actual?

Si vemos sin sentimentalismos la situación en gran parte del continente, podríamos decir que hay tres categorías de países: hay países que se rindieron a una fórmula institucional importada, países muy bien organizados que aplicaron una construcción fuerte y original; hay una segunda categoría de países que quieren rebelarse pero no saben cómo, en un pantano de conflicto y confusión de fondo; y hay una tercera categoría de países que oscila entre las dos categorías. Lo que falta es un nuevo modelo de desarrollo basado en una verdadera ampliación de oportunidades económicas y educativas. Una democratización de oportunidades y capacitaciones por medio de la innovación institucional.

¿Cómo observa a los gobiernos llamados “progresistas” de estos últimos años en la región?

Es difícil hacer generalizaciones. Y la tragedia nacional en estos países es la coexistencia de una inmensa vitalidad y una vida desmesuradamente rica, con una enorme falta de instrumentos. Por causa de esa falta, la oportunidad de cambios radicales se disipa. La alternativa necesaria es claramente algo muy diferente del pseudo progresismo existente, que se reduce típicamente a un keynesianismo bastardo, a un distribucionismo popular financiado con la expropiación del excedente económico del agro o de la minería. Tampoco debe confundirse con el regreso al desarrollismo de la década del ‘70. No es volver a Frondizi y Prebisch, no es simplemente valorar un Estado fuerte. Es reconstruir y renovar la política y el Estado.

¿De qué modo?

Hay cinco directrices que me parecen más importantes. En primer lugar, democratizar y extender la economía de mercado. Por ejemplo, una política que eleve a las pequeñas y medianas empresas a través de créditos a nuevas tecnologías, una coordinación estratégica entre gobiernos y empresas que sea descentralizada, pluralista y experimental. Una política agrícola que asegure atributos empresariales a la agricultura familiar. Y una política de trabajo que enfoque sobre todo hacia los intereses de la mayoría, atendiendo a la gran cantidad de precarizados, trabajadores temporarios o tercerizados. Hay que organizar un estatuto legal para protegerlos, organizarlos y darles representación. No es simplemente regular la economía de mercado, es reorganizarla institucionalmente. Segunda directriz: asegurar un escudo económico para estas “herejías desarrollistas”. Eso significa cuestionar la pseudo ortodoxia económica de las últimas décadas, reafirmar la responsabilidad fiscal, atenuando el recurso a políticas contracíclicas keynesianas. La tercera directriz es una revolución en la educación pública, con dos prioridades: reconciliar la gestión local de las escuelas con padrones nacionales e inversiones de calidad (la calidad no debe depender del hogar en el que nace el niño) y reorientar radicalmente el paradigma pedagógico para sustituir el enciclopedismo informativo por una enseñanza analítica capacitadora. La cuarta directriz es sobre el
Estado, con tres agendas simultáneas: profesionalismo burocrático, eficiencia administrativa y mejores servicios públicos. Que la sociedad civil participe de la provisión de los servicios públicos, incluso de la educación y la salud. Y la quinta directriz es profundizar la democracia. Una democracia de alta intensidad que no dependa de la crisis ni del dinero.

Es un ambicioso programa, pero ¿por dónde empezar?

Es un esfuerzo para institucionalizar la cultura republicana y sacar a la política de la sombra corruptora del dinero. Es así como concibo el contenido básico, que es muy diferente del mero desarrollismo del siglo pasado. Es un esfuerzo para reimaginar y reconstruir la economía de mercado y la democracia representativa pensando en una nueva clase media que está surgiendo y en la voluntad de la mayoría pobre.

¿Es Brasil el modelo a seguir?

Brasil realizó en el gobierno del presidente Lula, en el cual tuve el honor de participar, importantes avances. Millones de personas fueron liberadas de la pobreza, millones de jóvenes consiguieron acceso a la universidad y a la escuela técnica, hubo grandes obras de infraestructura y se consolidó la estabilidad macroeconómica. Pero con todos esos avances importantes no se resolvió el problema central, que es la falta de instrumentos de capacitación y de oportunidades para la mayoría. Vargas y Perón promovieron una revolución asociada a los sectores organizados de la sociedad. Ahora el problema es que nuestras sociedades están condicionadas por los lobbies y el corporativismo y la tarea es abrir condiciones y construir instituciones para toda esta vida que viene de abajo. En Brasil es la tarea de la próxima etapa. Y aspiro a que sea un tema de debate en esta sucesión presidencial.

¿Cómo ve a la Argentina, en ese diagnóstico?

Veo una gran disponibilidad en la clase política en favor de una discusión sobre el futuro nacional. Pero la política argentina debe superar la atracción fatal por tomar siempre ciertos atajos. En primer lugar, los atajos históricamente característicos del justicialismo: la idea de expropiar el excedente económico del agro para financiar el consumo urbano de las masas, que no es una alternativa de organización seria de las oportunidades de la riqueza, y el atajo político del personalismo para sustituir una construcción institucional, cuyo resultado es una alternancia dañosa entre una política transformadora antiinstitucional y una política institucional antitransformadora. El país tiene que evitar la tentación de oscilar entre “la aventura” y “el gris”. La aventura no funciona, pero tampoco el gris, que simplemente promueve una estabilidad institucional siempre sostenida sobre un tembladeral. Son formas de escapar del destino nacional, y como admirador y apasionado por la Argentina, lo que quiero es que enfrenten con coraje y realismo esos retos.

Copyright Clarín, 2010.

jueves, 22 de julio de 2010

Están empezando a ladrar...


Magabeira Unger se torna agora guru da oposição argentina
(Nota de Valor Económico)

Sem papel de destaque nas eleições brasileiras, apesar de estar filiado ao PMDB e engajado na campanha presidencial de Dilma Rousseff, o ex-ministro Roberto Mangabeira Unger tornou-se uma espécie de guru da oposição - mas na Argentina.

Mangabeira conseguiu a façanha de transitar com liberdade em todos os espectros ideológicos da tradicionalmente conflituosa política argentina, do partido de centro-direita PRO à esquerdista Coalizão Cívica. Ele aconselha de peronistas rompidos com o governo Kirchner, como o ex-presidente Eduardo Duhalde, que pretende voltar à Casa Rosada nas eleições de outubro de 2011, até o senador Ernesto Sanz, presidente da União Cívica Radical (UCR), o principal partido de oposição.

Uma demonstração da influência de Mangabeira pôde ser notada no fim do ano passado: Duhalde, Sanz e outros cinco integrantes da elite política argentinaforam para Harvard, às próprias custas, encontrar-se com ele e discutir pessoalmente suas ideias. "Temos nos visto, mais ou menos, a cada dois meses", relatou ao Valor o presidente da Comissão de Finanças da Câmara, Alfonso Prat-Gay, ex-presidente do Banco Central e hoje deputado pela Coalizão Cívica. "Ele é um dos melhores professores de uma das mais prestigiadas universidades do mundo. Não só nos ajuda a encontrar consensos, como também a organizar o dissenso", elogiou.

Quando esteve à frente da Secretaria de Assuntos Estratégicos, entre 2007 e 2009, Mangabeira visitou ministros da presidente Cristina Kirchner e propôs uma série de iniciativas conjuntas. Nenhuma delas prosperou.

Saindo do governo Lula, intensificaram-se os contatos com a oposição. Nos últimos dez meses, Mangabeira esteve pelo menos quatro vezes em Buenos Airese no interior da Argentina para reunir-se com lideranças partidárias e dar palestras. Exerce fascínio na mídia local, que aproveita essas oportunidades para publicar entrevistas de página inteira com o professor de Harvard. Nas apresentações, há sempre uma menção: "um dos professores preferidos" de Barack Obama na universidade.

Os dois postulantes da UCR à Casa Rosada têm mantido diálogo frequente com Mangabeira: o vice-presidente Julio Cobos e o deputado Ricardo Alfonsín (filho do ex-presidente Raúl Alfonsín), o político com a imagem mais positiva hoje no país, segundo pesquisas recentes.

Mangabeira também teve reuniões com o prefeito de Buenos Aires, Mauricio Macri, do partido de centro-direita PRO. Com todos os interlocutores, apregoa um "novo modelo de desenvolvimento" e critica o "keynesianismo bastardo" com que governos de países ricos e emergentes reagiram à recessão mundial.

Entusiasmados com as ideias de Mangabeira, uma turma de jovens intelectuais organizou um movimento - chamado Grupo Juramento - para difundir sua obra na Argentina. Eles traduzem livros, pleiteiam a abertura de cátedras em universidades para debater o pensamento de Mangabeira e fazem esforços para a concessão de títulos honoris causa ao brasileiro.

Mas há lideranças políticas que se interessaram bem menos pelos ensinamentos do filósofo e professor de Direito. O diretor de cinema Pino Solanas, 74, é deputado do movimento ultraesquerdista Proyecto Sur, que defende a estatização dos setores de petróleo e mineração. Foi o segundo parlamentar mais votado na cidade de Buenos Aires, em 2009, e analistas consideram sua candidatura nas próximas eleições presidenciais como crucial para os planos de Cristina e de Néstor Kirchner.

Muitos argumentam que Solanas dificilmente romperia a barreira de 10% dos votos, mas compete pelo mesmo eleitorado que os Kirchner. Com esse papel-chave, o deputado convidou Mangabeira para jantar em sua casa, mas o considerou "meio soberbo". "Ele falou sem parar durante duas horas", disse Solanas, que confessou ter admiração por Mangabeira, mas reconheceu não ter entendido todas as ideias expostas por ele.

Quem também não guarda as melhores lembranças de Mangabeira é o ex-ministro Domingo Cavallo, que deu um curso de seis meses em Harvard, com o brasileiro, sobre o Consenso de Washington. As diferenças acadêmicas foram muito fortes.

Cavallo sugere uma explicação para o fascínio da oposição argentina com Mangabeira. "Como ele critica o neoliberalismo e a ortodoxia econômica, encanta políticos que não gostam de ouvir falar em disciplina fiscal, disciplina monetária e competitividade da economia", disse o ex-ministro ao Valor. "Mas, quando deparam com questões práticas, ninguém consegue se guiar pelo pensamento de Mangabeira."

Cavallo continua: "Ele impressiona pelo uso de uma terminologia pouco habitual. Está em uma busca filosófica muito louvável. Só que, quando você lê os textos dele e ouve suas palestras, se dá conta de que ele usa os mesmos conjuntos de frases e lhe custa oferecer exemplos práticos. Pergunte, por exemplo, se ele acha que a Grécia deve sair da eurozona".

"Minha Tarefa é estimular ideias"

O ex-ministro Roberto Mangabeira Unger afirma que suas idas à Argentina têm como objetivo estimular discussões para construir "um novo modelo de desenvolvimento", que extrapola as fronteiras nacionais. Por isso, ele se diz à vontade nos contatos com a elite política argentina.
Enquanto esteve no governo Lula, entre 2007 e 2009, manteve diálogo com os principais assessores da presidente Cristina Kirchner. Depois, passou a conversar só com a oposição. "Não estou fechado a esses contatos, pelo contrário. Mas os ministros de Estado estão ocupados com outras questões", afirma. Na semana passada, Mangabeira falou ao Valor por telefone, dos EUA.

Valor: Como tem sido a sua atuação na Argentina?
Roberto Mangabeira Unger: A discussão doutrinária faz parte do meu trabalho, não só no Brasil, mas mundo afora. Considero importante e legítimo participar do debate programático em todo o mundo, e a América do Sul é um caso especial. Meus interlocutores argentinos têm sido extremamente generosos. O próprio fato de eu ser um estrangeiro na Argentina, sem fazer parte de nenhum partido e sem pretensões a nenhuma fatia de poder, facilita essa ação. Não sou uma ameaça a ninguém, estou numa ação completamente desinteressada, com uma grande admiração pela Argentina e convicção sobre a convergência dos nossos destinos nacionais.

Valor: Vários de seus interlocutores são presidenciáveis nas eleições de 2011. Esse relacionamento pode avançar para uma participação efetiva nos programas de governo deles?
Mangabeira: O meu foco é o processo eleitoral no Brasil. Vou fazer tudo o que puder para ajudar a campanha de Dilma Rousseff e o meu partido, que é o PMDB. Na Argentina, estou numa posição diferente. A minha tarefa não é assessorar candidatos, mas provocar uma discussão de projeto nacional e sul-americano, estimular um movimento de ideias. A última ocasião em que tivemos algo semelhante na América do Sul foi com o desenvolvimentismo das décadas de 60 e 70, com Raúl Prebisch e Celso Furtado. Devo dizer que o movimento atual é mais amplo porque está focado não apenas em questões de política econômica, mas na reconstrução das instituições econômicas e políticas.

Valor: Que impressões o sr. tem da política argentina?
Mangabeira: É uma cultura política que tem a virtude de partidos fortes, mas o defeito de um sectarismo que ameaça envenenar a construção de um projeto nacional. A história argentina tem uma alternância entre políticas transformadoras anti-institucionais (dos peronistas) e políticas institucionais antitransformadoras (radicais).

Valor: O sr. fala muito de um novo modelo de desenvolvimento, e é com termos parecidos que o casal Kirchner classifica o modelo argentino atual. O sr. concorda?
Mangabeira: O meu foco não é crítica, é proposta. Mas tenho sido muito franco nas minhas discussões. Assim como nós, brasileiros, os argentinos têm que resistir às tentações de certos atalhos. Uma delas é a tradição justicialista de tributar o excedente econômico da agropecuária para dirigi-lo às classes urbanas. Isso é uma maneira de não enfrentar um problema mais profundo de reconstrução do poder econômico. Em segundo lugar, há o atalho político de apelar ao personalismo, em vez de reconstruir as instituições democráticas.

Valor: Como o sr. vê a paralisia que tomou conta do Mercosul?
Mangabeira: Falta ao Mercosul um projeto comum. A construção sul-americana não pode ser apenas comercial. Ela só se afirmará quando houver algo que transcenda as preocupações mercantis. A União Europeia repousa sobre dois grandes pressupostos: por fim às guerras europeias e ser um espaço neutro, uma forma diferente de organização da dos EUA. Ainda nos falta algo dessa dimensão. Aqui, o equivalente a isso é a construção comum de um novo modelo de desenvolvimento, calcado em democratização de oportunidades econômicas e educativas, aproveitando o fenômeno social mais importante das últimas décadas nos nossos países: o surgimento de uma segunda classe média empreendedora e o desejo da maioria pobre de seguir nessa vanguarda de emergentes. Essa novidade social representa a base para um novo projeto.

miércoles, 14 de julio de 2010

Perturbados por una esperanza inesperada


“Continuaremos (...) menos dispostos a tolerar as injustiças que nos abatem. Seremos, porém, mais fortes e, por isso, mais generosos. Não mais teremos de escolher entre a decência e a doçura. O engrandecimento (dos nossos países) soará em todos os recantos da terra como o grito de uma criança ao nascer, prometendo um novo começo para o mundo.

Presos em seus afazeres, ansiosos para esquecer que morrerão, homens e mulheres pararão por um instante. Perturbados por esperança inesperada, ouvirão nesse grito a profecia do casamento da pujança com a ternura, da grandeza com o amor.”

Discurso proferido pelo ministro Roberto Mangabeira Unger em sua posse na Secretaria de Planejamento de Longo Prazo da Presidência da República

sábado, 10 de julio de 2010

Singularidad

"I think Guillermo O’Donnell’s piece, “State and Alliances in Argentina,” is brilliant. I always give it to my students as the country study. Yet Argentina is a unique case. If one does, as I eventually did, regressions of various kinds for the whole world, you find that Argentina is always standard deviations out. It had, by far, the largest number of regime transitions of all countries. And it had democracies that did not survive when the country was relatively wealthy. In fact, the wealthiest instances where democracy fell are Argentina in 1976, Argentina in 1966, and Argentina in 1962. Argentina was among the ten most developed countries in the world in 1900, but now it’s in the doldrums. It’s the weirdest country in the world. What does this all mean? It means that when you start theorizing on the basis of Argentina you are going to get very little generality."

Adam Przeworski
(en “Capitalism, Democracy and Science”, entrevista de Gerardo Munck)


("La mazamorra" de Fernando Fader - 1927)

viernes, 9 de julio de 2010

Batalladores

Os Batalhadores

Prefacio

Os batalhadores e a transformação do Brasil

A publicação de “Os Batalhadores”, de Jessé de Souza, marca um avanço no entendimento que o Brasil tem de si mesmo. Ao mesmo tempo, ajuda a apontar rumo para o pensamento social brasileiro.
Um dos acontecimentos mais importantes no Brasil das últimas décadas é o surgimento, ao lado da classe média tradicional, de uma segunda classe média. Morena, vinda de baixo, refratária a sentir-se um pedaço do Atlântico norte desgarrado no Atlântico sul, essa nova classe média compõe-se de milhões de pessoas que lutam para abrir ou para manter pequenos empreendimentos ou para avançar dentro de empresas constituídas, que estudam à noite, que se filiam a novas igrejas e a novas associações, e que empunham uma cultura de auto-ajuda e de iniciativa. Quase desconhecida das elites do poder, do dinheiro e da cultura, já estão no comando do imaginário popular. Representam o horizonte que a maioria de nosso povo quer seguir.
A revolução brasileira hoje seria o Estado usar seus poderes e recursos para permitir à maioria do povo brasileiro trilhar o caminho dessa vanguarda de emergentes. Para consegui-lo, porém, seria preciso fazer o que raramente fizemos em nossa história nacional: reconstruir as instituições, inclusive as instituições que organizam a economia de mercado e a democracia política. Só essa reconstrução institucional abriria caminho para estratégia nacional de desenvolvimento fundada em democratização de oportunidades para aprender, para trabalhar e para produzir.
Debaixo dessa classe média emergente e do número relativamente pequeno de assalariados relativamente estáveis e qualificados, há uma massa de trabalhadores pobres que, em outra obra, Jessé de Souza chamou a ralé brasileira – vítima ainda de incapacitações e de inibições que não se limitam à falta de oportunidades econômicas. Incluem os ônus que resultam de famílias desestruturadas, tipicamente conduzidas por uma mãe sozinha, que tem de combinar o trabalho ocasional ou instável com a luta para resguardar os filhos; comunidades desorganizadas, que não conseguem, portanto, fazer as vezes das famílias desfalcadas; e crenças que naturalizam o sentimento de impotência, resignação e fuga. Para muitos membros dessa ralé, a vida parece bloqueada.
Dentro da ralé brasileira, surge, porém, surpreendentemente, um grupo que se soergue. Saídos do mesmo meio pobre e constrangedor, abraçados com os mesmos obstáculos enfrentados por seus pares do Brasil pobre, esses resistentes levantam-se. Comumente, têm mais de um emprego. Podem, por exemplo, trabalhar como faxineiros durante o dia e vigias à noite. Lutam, ativamente, com energia e engenho, para escapar da ralé e entrar no rol da pequena burguesia empreendedora e emergente. Exibem qualidades que Euclides da Cunha atribuía aos sertanejos. Existem, também, aos milhões, sobretudo nas partes mais pobres do país. São eles, os batalhadores, o tema deste livro.
A realidade dos batalhadores e da nova classe média a que se querem juntar não se desvenda apenas à luz de ambições materiais. Entre eles, como em tantos outros aspectos da vida das sociedades contemporâneas, ressoa a ideia que há tempos sacode a humanidade, tanto em forma secular como em forma sagrada: a idéia da participação de cada homem e de cada mulher nos atributos que os crentes identificam em Deus e a esperança de aumentar a parte que lhes cabe nestes atributos. Não se trata apenas de assegurar certo grau de prosperidade e de independência. Trata-se, também, de construir uma subjetividade densa, digna da vida retratada na cultura romântica popular e mundial. Junto com o projeto da democratização das sociedades, representada historicamente pelas doutrinas do liberalismo e do socialismo, tal cultura representa uma das duas grandes forças revolucionárias no mundo de hoje. Para entender quem são e o que querem os batalhadores, é preciso apreciar a variedade das manifestações, e a profundidade do alcance, dessas duas forças.
A presença dos batalhadores na vida do país tem implicações para a política social, para a transformação de nossa sociedade e para o pensamento social, no Brasil e no mundo.
Todos querem que os programas sociais de transferência, como o Bolsa Família, ganhem elementos de capacitação. Não se restringe essa aspiração a nós brasileiros; é aspiração que se difunde por toda a parte. Nessa busca, o equívoco mais comum que se comete é direcionar os programas de capacitação prioritariamente para o núcleo duro da pobreza: a ralé de Jessé de Souza. Dificilmente, conseguem os membros da ralé beneficiar-se de tais programas. As incapacitações sociais e as inibições culturais intervêm para barrar a "porta de saída". Antes de se poderem beneficiar de tais programas, precisam que o Estado atue para estimular a auto-organização comunitária. Precisam que o Estado se associe, por meio de corpo próprio de agentes, com as comunidades organizadas para apoiar as famílias desestruturadas e, até mesmo, para assumir parte das responsabilidades.
Tal avanço não pode ser apenas inovação em matéria de política social. Tem de ser, também, avanço em matéria de federalismo. Exige a cooperação entre as três instâncias da federação. E exemplifica a substituição, que precisamos operar, do federalismo constituído – que distribui rigidamente poderes e responsabilidades, entre estas instâncias – por um federalismo cooperativo – que associe União, estados e municípios em ações conjuntas e em experimentos compartilhados.
São os batalhadores os primeiros beneficiários potenciais dos projetos de capacitação e de ampliação de oportunidades. Mostraram que se podem resgatar porque já começaram a resgatar-se por conta própria. Nisso, como em muito, podem servir como o elo que nos faltava identificar entre a ralé e a pequena burguesia empreendedora. Devem ser os primeiros destinatários das iniciativas de capacitação não por uma lógica de caridade (em que o critério é quem sofre mais) senão por uma lógica de eficácia transformadora (para a qual o critério é quem pode mais).
A existência dos batalhadores importa, também, para a prática da política transformadora. Erro capital da esquerda, sobretudo da esquerda européia, nos dois séculos anteriores, foi identificar a pequena burguesia como adversária inevitável. Hostilizada, veio essa pequena burguesia a servir de sustentáculo dos movimentos de direita mais poderosos do século vinte. Hoje no mundo, entretanto, há mais pequeno burgueses, e incomparavelmente mais aspirantes a condição pequeno-burguesa, do que gente que caiba no figurino novecentista do proletariado industrial.
Por trás do equívoco estratégico, havia, e há, um engano teórico. Ao contrário do que imaginou o marxismo, não há uma lógica objetiva de interesses de classe que se clareie à medida que se agrave e que se amplie o conflito social e ideológico. Pelo contrário, à medida que o conflito se aprofunda e se estende, os interesses de grupo perdem sua aparência mendaz de conteúdo objetivo. O conteúdo dos interesses se torna inseparável da definição dos próximos passos, do possível adjacente, na reconstrução da ordem estabelecida.
A definição e a defesa dos interesses de uma classe, ou de qualquer grupo, sempre pode desdobrar-se em duas direções divergentes. Pode seguir por meios que são institucionalmente conservadores e socialmente excludentes (o nicho que o grupo – por exemplo, determinado segmento de trabalhadores – ocupa será aceito como o cadinho em que se forjam os interesses do grupo). E os grupos vizinhos – os segmentos da força de trabalho mais próximos (por exemplo, os trabalhadores terceirizados ou temporários em relação ao corpo permanente de trabalhadores) serão vistos e tratados como rivais e ameaças.
A definição e a defesa dos interesses de grupo pode, contudo, sempre seguir por meios que são institucionalmente transformadores e socialmente includentes. Abraça-se uma estratégia de transformação, ainda que fragmentária e gradualista, da ordem existente. Tal estratégia permite ver os grupos vizinhos como aliados até que se construa com eles a base para uma convergência mais profunda de interesses e de identidades coletivos. Por exemplo, os operários organizados da indústria intensiva em capital se podem aliar aos trabalhadores terceirizados e temporários para defender alternativa de política industrial.
Assim também ocorre com respeito aos batalhadores, ou à segunda classe média, no Brasil. Seu destino político não está definido. No Brasil, como em qualquer outro lugar, tudo depende das alternativas, sobretudo das alternativas institucionais. Nada condena esta nova classe média, ou os batalhadores como aspirantes a se incorporar a ela, a estarem vidrados nas formas convencionais do anseio pequeno-burguês: a pequena propriedade urbana ou rural e o pequeno empreendimento familiar. Mas são essas as formas que prevalecem por falta de outras.
Tratemos de providenciar essas outras. Para fazê-lo, é preciso inovar na organização dos mercados. Podemos imaginar que essa reconstrução avançaria em quatro passos.
O primeiro passo é a revisão da política industrial. Ela teria por principal destinatário a parte mais importante de nossa economia: as pequenas e médias empresas. E assumiria como tarefas principais a ampliação dos acessos ao crédito, à tecnologia, ao conhecimento e às práticas produtivas vanguardistas, bem como a difusão dos experimentos locais exitosos.
Com isso, ajudaria criar um dínamo de crescimento econômico socialmente includente. E ajudaria também a assegurar condições para um modelo industrial diferente daquele que foi o cerne do sistema industrial instalado no Sudeste do Brasil em meados do século passado: a produção em grande escala de bens e serviços padronizados, por meio de maquinária e processos produtivos rígidos, mão de obra apenas relativamente qualificada e relações de trabalho muito hierárquicas e especializadas. É o Fordismo industrial.
O Brasil todo não precisa transformar-se na São Paulo de meados do século passado para depois poder virar algo diferente. Fora dos centros industriais do país, não basta acelerar a passagem rumo a um modelo industrial que atenue o contraste entre supervisão e execução, relativize as especializações, combine concorrência com cooperação e transforme a produção em inovação permanente. É preciso – e possível – organizar uma travessia direta do pré-Fordismo para o pós-Fordismo, sem que o país todo tenha de passar pelo purgatório do Fordismo industrial. Os batalhadores e a pequena burguesia empreendedora seriam os primeiros beneficiários dessa construção.
O segundo passo é a renovação dos acertos institucionais que organizam a relação entre governos e empresas. Não há por que escolher entre o modelo americano de um Estado que regula as empresas à distância e o modelo do nordeste asiático: a formulação de política industrial e comercial unitária, imposta de cima para baixo pela burocracia do Estado. Há uma terceira opção: coordenação estratégica entre governos e empresas que seja descentralizada, pluralista, participativa e experimental.
O terceiro passo é o surgimento, a partir dessa associação entre o público e o privado, de regimes alternativos de propriedade privada e social. Tais regimes passariam a conviver experimentalmente dentro da mesma ordem econômica, com maior ou menor prevalência de acordo com as características de cada setor. A economia de mercado deixaria de estar fixada em uma única variante. A liberdade para combinar fatores de produção seria radicalizada como liberdade para inovar nos componentes do regime jurídico da produção e da circulação de bens e serviços. As novas variantes do mercado – e, portanto, do direito de propriedade e de obrigações – dariam à descentralização da iniciativa formas que não se cingissem à pequena propriedade e ao empreendimento familiar.
O quarto passo – mais longínquo – é o avanço rumo a dois objetivos entrelaçados que gozarão de autoridade crescente no mundo se a humanidade quiser engradecer-se. Um desses objetivos é a superação, ainda que fragmentária e gradual, do trabalho assalariado como forma predominante do trabalho livre. Os liberais e os socialistas do século dezenove sempre entenderam o que nós esquecemos: que o trabalho assalariado é uma forma imperfeita do trabalho livre. Carrega ainda a mácula da servidão e da escravidão. Só a combinação das outras duas formas do trabalho livre – o autoemprego e a cooperação –, de maneira que permita agregar recursos e alcançar escala, dá eficácia ao ideal de trabalho livre.
O outro objetivo é assegurar que no futuro ninguém tenha de fazer o que uma máquina possa executar. Tudo o que aprendemos a repetir podemos expressar em fórmulas. E tudo o que expressamos em fórmulas podemos encarnar num aparelho mecânico. As máquinas existem para que as pessoas não tenham de trabalhar como elas. Existem para que possamos dedicar nosso recurso supremo (o tempo) apenas àquilo que ainda não sabemos repetir. Com isso, voltamo-nos para a criação do novo.
A trajetória demarcada por estes quatro passos é a radicalização daquilo que é mais poderoso nos sonhos dos emergentes e dos batalhadores. É a construção cumulativa da convergência entre suas ambições e os interesses da humanidade.
As implicações das idéias e das descobertas expostas neste livro não se limitam ao desdobramento das políticas sociais e ao conteúdo de uma alternativa nacional democratizante e transformadora. Tocam, também, um enigma metodológico nas ciências sociais. E ajudam a suscitar um debate a respeito da vocação do pensamento social brasileiro.
A tradição das ciências sociais construída a partir de Montesquieu pressupõe a quase irrelevância das características dos indivíduos. Valem as determinações, as práticas e as regras coletivas. A força dessa orientação é tal que ela se impõe mesmo nas vertentes da ciência social que abraçam o individualismo metodológico. Entre elas figura a linha da teoria econômica que ganhou ascendência desde o marginalismo de finais do século dezenove e depois, em meados do século vinte, veio a se corporificar na chamada síntese neoclássica.
Qualquer pessoa que atua no mundo e lida com seus semelhantes sabe que as coisas não são assim. Divide-se a humanidade em temperamentos, não apenas em classes, etnias e ideologias. Nas mesmas circunstâncias, diante de constrangimentos e de oportunidades análogas, pessoas saídas do mesmo meio reagem de forma dramaticamente divergente. Alguns fazem muito com pouco; outros, pouco, com muito. Os devotos das determinações coletivas preferem acreditar que no final das contas tudo poderia ser explicado sem que nos tivéssemos que preocupar com o aviso dos gregos: caráter é destino.
Essa reflexão vem a título da história dos batalhadores. Saem do mesmo meio dos outros, que compõem a ralé brasileira de Jessé de Souza. Enfrentam a mesma carência de oportunidades econômicas e educativas. Muitos são filhos das mesmas famílias desestruturadas que predominam na massa pobre do país. Por alguma combinação de vontade individual, de graça dada por outra pessoa – uma mãe, um amigo ou até um estanho –, e, até, de sorte, reagiram. Foram à luta.
Não há motivo aqui para celebrações morais. Há razão para compreender que não se desvenda a realidade dos trabalhadores sem admitir haver mais no mundo do que cabe em nossa vã filosofia. Não são, porém, heroísmos anômalos que fizeram os batalhadores. Os atos de resistência individual repetiram-se milhões de vezes. E produziram um fenômeno que há de alterar nosso entendimento do que o Brasil é do que ele pode vir a ser.
O mesmo princípio – que as determinações e os constrangimentos admitem respostas diferentes – repete-se no plano das explicações coletivas. Ao repetir-se, indica a tarefa do pensamento brasileiro na próxima etapa de nossa história.
O traço dominante das idéias sociais no Brasil sempre foi amor fati – o amor do destino. Hoje o amor do destino aparece em nossa vida intelectual de duas maneiras aparentemente antagônicas, porém em verdade aliadas.
Uma das duas vozes que falam mais alto no pensamento social brasileiro é o de um neomarxismo encolhido e acabrunhado. Há muito tempo deixou de acreditar que nos podemos aliar à História, amiga, para mudar o mundo. Do ideário Marxista, reteve um fatalismo desfalcado. Atrai-lhe as doutrinas que explicam a fatalidade do nosso atraso dada a irresistível correlação de forças no mundo: engrenagem medonha e supostamente inescapável. Não lhe impressionam os contrastes entre as experiências dos grandes países continentais em desenvolvimento, a braços com a mesma ordem mundial.
A outra voz – só aparentemente contrastante – é a das ciências sociais concebidas e praticadas no figurino da academia dos Estados Unidos. Dessas ciências, a que de longe desempenha influência maior é a economia, manejada, como as outras, para dar cores de naturalidade, de autoridade e, até mesmo, de necessidade aos arranjos institucionais dos países do Atlântico norte, que nos acostumamos a tomar por referência.
Caso à parte entre as ciências sociais é o da antropologia, cuja vertente principal no Brasil, como em tudo o mundo, tem sido o determinismo cultural e a disposição de tratar as culturas, fossilizadas, como os protagonistas da história humana. Por trás dessa veneração pelos ídolos da cultura, estão a teologia da imanência (o que há de sagrado no mundo está encarnado nestes entes culturais coletivos) e a pragmática da suficiência (trabalhe e transforme o mundo só até o momento de adquirir o bastante para viver como está habituado; depois, descanse). Pela frente, há a crueldade travestida de benevolência: o sacrifício dos povos e, sobretudo, dos indivíduos indígenas no altar das superstições antilibertárias do culturalismo.
As duas vozes – a do neomarxismo e a das ciências sociais sequestradas pelo espírito da mistificação racionalizadora – juntaram-se no Brasil para entoar o coro do fatalismo. Desmerece-se, como voluntarismo jacobino, tudo o que destoe desse coro. Na verdade, as tendências construtivistas que se afirmaram na história das idéias no Brasil como vertente minoritária (por exemplo, por meio do positivismo republicano) sempre foram apenas o reverso da mesma medalha de racionalização fatalista.
Para decifrar o Brasil e contribuir ao pensamento mundial, temos de romper com tudo isso. Nossa preocupação central no pensamento deve ser afirmar o vínculo entre o entendimento do existente e a imaginação do possível. Por isso mesmo, há afinidade natural entre a imaginação programática e transformadora, e a interpretação da realidade social e histórica. Direito e economia são as duas disciplinas da imaginação institucional. Precisam das luzes de uma sociologia que prefere entender a realidade a se ajoelhar diante dela. O caso dos batalhadores é, para o embate das idéias no Brasil, um chamamento às armas.

Roberto Mangabeira Unger
Junho de 2010