viernes, 19 de junio de 2009

Él es la bandera



Al acercanos a un nuevo aniversario de la muerte de uno de nuestros compatriotas más grandes, recurro, como forma de homenajearlo, a un artículo de un notable justiciero historiográfico.

GLS



Belgrano no fue un costurero
Rodolfo Terragno

Visionario y hombre de acción, Belgrano es recordado por haber mandado a coser géneros de dos colores. En Estados Unidos se dice que la bandera la diseñó una costurera de Filadelfia. En la Argentina, se atribuye el “mérito” a un hombre de quien se olvida lo principal: concibió el primer plan económico, hizo la Revolución y ganó las principales batallas de la Guerra de la Independencia

La historia argentina está cargada de injusticias.

Esta es una de las mayores.

Un padre de la Patria —visionario y hacedor— es recordado por el más insignificante de sus méritos: haber mandado a hacer una bandera.

La creadora del pabellón norteamericano fue Betsy Ross, una costurera de Filadelfia. A nadie se le ocurre rendirle pleitesía por haber juntado unas barras y unas estrellas: un diseño, al menos, más imaginativo que el de la elemental bandera argentina.

El estandarte que Belgrano creó en 1812 no fue, siquiera, símbolo de independencia.
Celeste y blanco eran los colores borbónicos. Goya inmortalizó a Carlos IV y Fernando VII luciendo, sobre sus pechos, bandas idénticas a las que hoy usan los presidentes argentinos.
Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano estudió leyes en Salamanca, pero tenía todo aquello que Salamanca non presta.

Fue él quien elaboró el primer plan de desarrollo económico del Río de la Plata.

Imaginó cómo expandir la agricultura, fomentar el comercio e introducir nuevas industrias.

Comprendió —anticipándose a Alberdi— que el país estaba “vacío” y había que poblarlo.

Comprendió —anticipándose a Sarmiento— que sólo un pueblo cultivado podía “conocer y amar la libertad”; y bregó por la difusión del libro, “maestro sin pereza”.

No fue, sin embargo, un mero planificador.

Sabía que —así como la acción sin ideas es vicio de políticos— la idea sin acción es vicio de intelectuales.

Cuando los británicos invadieron Buenos Aires, tomó las armas y, en 1807, sirvió como oficial de Patricios a las órdenes de Santiago de Liniers.

Secretario de la Primera Junta, luego se improvisaría como militar para triunfar en las dos mayores batallas de la Independencia:

Tucumán (1.800 criollos contra 3.200 realistas)
Salta (3.000 criollos contra 3.400 realistas).

El exitismo argentino terminó condenando a Belgrano porque, después de aquellas victorias, no pudo con 3.000 realistas en Vilcapugio y 3.500 en Ayohuma.

Sin embargo, nadie puede menospreciar su rol libertador.

San Martín —grande por su campaña continental— libró en el territorio argentino apenas un combate que, comparado a las batallas belgranianas, aparece como una refriega: sus granaderos, apostados en el convento de San Carlos, emboscaron a 250 realistas que llegaban a buscar víveres.

Belgrano, el hombre que había asegurado la frontera jujeña y salvado a la Revolución, mereció el olvido por no haber salvado (como si hubiese sido fácil) el Alto Perú.

Cuando murió, el 20 de junio de 1820, era una figura desdibujada.

Sólo un periódico le dedicó un breve obituario. Fue el Despertador Teo-Filantrópico, Místico-Político, editado por el sacerdote franciscano Francisco de Paula Castañeda.

Cuatro décadas después, Bartolomé Mitre hizo justicia: en 1859 apareció la primera edición de Historia de Belgrano y la Independencia Argentina.

Fue después de escribir la biografía de Belgrano que Mitre redactó su Historia de San Martín y la Emancipación Sudamericana (1877).

En los dos títulos se resumía la diferencia entre dos hombres insignes.

San Martín, el vencedor de Maipú y Chacabuco, el conquistador de Lima, fue el genial libertador itinerante.

Belgrano fue la gran figura de la independencia vernácula.

La bandera no tiene la menor importancia.

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