lunes, 31 de mayo de 2010

Conspirador


“Un progresista es siempre un conspirador contra el destino”

Mangabeira Unger traza un nuevo horizonte para una izquierda atrapada en un callejón sin salida

Por Boris Muñoz 1 de Mayo, 2010

La siguiente entrevista es el fruto de una larga conversación que tuvo lugar en la oficina de Roberto Mangabeira Unger en la Escuela de Leyes de Harvard University a fines de abril. Por eso, consta de dos partes. En la primera se discuten el estado actual de la izquierda a través de las distintas concepciones vigentes y se trazan los puntos cardinales del programa de una nueva izquierda democrática, con capacidad de operar en el mercado y la globalización y alejada del dogmático. En la segunda entrega –y en la próxima- se revisan los escenarios geopolíticos más importantes del presente, con particular énfasis en la situación de América Latina, y se cuestionan los mitos y dogmas heredados que impiden el desarrollo de un modelo de crecimiento incluyente y democrático.

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Es difícil imaginar a Roberto Mangabeira Unger cuando llegó a Harvard en 1969 para una estadía de algunos meses. Era apenas un muchacho de 22 años que intentaba tomar distancia de Brasil, su país, donde la dictadura militar que había derrocado a Joao Goulart acechaba a varios miembros de su familia. Antes de un año ya era el profesor de derecho más joven en la historia de la universidad más antigua y prestigiosa de Estados Unidos y el único latinoamericano en la Escuela de Leyes. Esto es bastante conocido y suele asociarse con otro momento singular en su fértil carrera intelectual y política. Aunque fue uno de los críticos más severos del primer gobierno de Luis Inácio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores, en 2007, Lula lo nombró ministro de Asuntos Estratégicos, un ministerio sin cartera especialmente creado para que Mangabeira Unger se dedicara a trazar el porvenir de Brasil a largo plazo. Durante esos dos años intensos, recorrió el país de extremo a extremo y también sirvió de embajador oficioso para intentar persuadir a otros gobiernos de América Latina de la necesidad de disminuir la dependencia de los recursos naturales y encaminar a la región hacia un rumbo muy diferente del actual.


Mangabeira Unger es uno de los pensadores contemporáneos mejores equipados para esta tarea. Atento a los mecanismos del poder en la globalización, ha enriquecido sus teorías con un vasto conocimiento del derecho, la historia, la economía, el diseño institucional y la teoría política. Esto le ha dado un considerable prestigio intelectual colocándolo entre los más importantes teóricos sociales de nuestra época. Mangabeira es uno de los poquísimos teóricos de la izquierda que ha escapado ileso de la osificación dogmática con la cual muchos “intelectuales de izquierda” justifican los oprobios de la autocracia como imperativos históricos. Sin embargo su trayectoria intelectual tampoco se limita a una incansable denuncia del statu quo. Va mucho más allá. Mangabeira se ha dedicado a pensar a fondo las alternativas para crear una sociedad más justa, pero sobre todo más plena. Su obra es un llamado a poner lo mejor de nuestras energías creativas al servicio del engrandecimiento humano y espiritual.

Orientación

-¿Tiene sentido seguir hablando de izquierda y de derecha en nuestros días?

-En primer lugar, discúlpame por usar una lengua fantasiosa, el portuñol, para tratar temas realísimos. En verdad, hoy en el mundo hay dos izquierdas. Hay una izquierda recalcitrante, nostálgica, que no tiene alternativa a la economía de mercado y la globalización, pero que quiere restringir la marcha hacia el mercado y el rumbo de la globalización, sobre todo para defender los intereses de su base histórica, que son los trabajadores organizados en los sectores intensivos del capital. Es una izquierda que no tiene proyecto. Su proyecto es una negación. Hay una segunda izquierda que acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y quiere “humanizarlos”, por medio de la regulación de los mercados y de la redistribución compensatoria del ingreso. Por eso, su palabra de orden es humanizar lo inevitable. No tiene programa o, más bien, su programa es el programa de sus adversarios conservadores, con un descuento humanizador. El mundo necesita de una tercera izquierda reconstructora y transformadora que se proponga reorganizar la economía de mercado y redefinir el curso de la globalización.

-Pareciera que mientras no exista esa alternativa no tiene mucho sentido hablar de izquierda, sino de grupos que adversan o intentan compensar la globalización. ¿Cuál es el objetivo de esa izquierda frente a las que acaba de esbozar?

-El objetivo mayor de la izquierda es engrandecer la sociedad. Nunca fue simplemente humanizar la sociedad. Al contrario, siempre fue divinizar la sociedad elevando las capacidades e intensificando la experiencia de los hombres y las mujeres comunes. La lucha contra la desigualdad es un objetivo subsidiario, porque una desigualdad extrema inhibe el engradecimiento de la humanidad común. El método para perseguir ese objetivo es reconstruir las instituciones. En este momento, eso significa democratizar el mercado, profundizar la democracia y capacitar al individuo. No es esto lo que estamos viendo en el mundo. En los países ricos del Atlántico norte, todo el horizonte programático se restringe a una tentativa por reconciliar la flexibilidad económica de los americanos con la protección social de los europeos dentro del marco del sistema institucional existente.

-¿Cuál es el vínculo de esta tercera izquierda con formas de la izquierda histórica, como el socialismo marxista o el socialismo inglés?

-Los liberales y los socialistas clásicos del siglo XIX tuvieron una idea semejante. Quisieron elevar la humanidad y propusieron un proyecto de transformación de las instituciones. En realidad, su idea del engrandecimiento de la humanidad era excesivamente restrictiva, porque estaba fundada en el modelo de la autoafirmación aristocrática que ellos quisieron universalizar. Su forma institucional era dogmática. Para los liberales era el derecho clásico de propiedad. Para los socialistas, la conducción de la economía por el Estado. Ahora eso fue sustituido por un igualitarismo teórico, que lleva a suponer que la igualdad es el valor supremo, combinado paradójicamente con un gran conservadurismo institucional. Es decir, aceptar el horizonte de las instituciones existentes y humanizarlas con políticas sociales. Eso no es izquierda. Eso es una capitulación y una postración al destino. Un progresista es siempre un conspirador contra el destino.

Más allá del modelo hidráulico

-Usted dice que la izquierda actual carece de programa y proyecto. ¿Cómo se distinguiría una nueva alternativa de izquierda frente a factores como el Estado, que siempre han sido un problema para la izquierda histórica?

-Hay temas decisivos que definen el rumbo de esa izquierda. En primer lugar democratizar la economía del mercado. El modelo ideológico imperante hace pensar en un modelo hidráulico: más mercado, menos Estado; menos mercado, más Estado. Ese no es el problema. Lo que quiere la humanidad es organizar un crecimiento económico socialmente incluyente, transformar la democratización de oportunidades y de capacitaciones en el motor del crecimiento económico. Y con eso anclar lo social en la manera de organizar lo económico. Para eso es que es necesario reorganizar la economía de mercado. Porque no se trata de regular el mercado o compensar las desigualdades del mercado.

-¿Qué hacer entonces?

Para comenzar, hay que innovar las formas de coordinación estratégica entre las empresas y los gobiernos, una forma que sea descentralizada, participativa y experimental. Que sirva sobre todo a elevar las empresas pequeñas y medianas y que universalice en la economía un experimentalismo productivo vanguardista. El segundo gran proyecto de esa izquierda es abrir un espacio que resguarde, que proteja esta democratización económica dentro de la economía del mundo. Significa que debemos bifurcar la pseudo ortodoxia económica que aceptamos en América Latina en las últimas décadas. La parte que debe ser conservada es el realismo fiscal para cortar la dependencia del capital extranjero. La parte que debe ser repudiada es la idea de enriquecerse con el dinero de los otros, como lo hace el capital financiero. O enriquecerse a costa de los recursos naturales, como es el caso del petróleo y el gas. En otras palabras, se trata de una movilización forzada de los recursos nacionales para abrir un espacio de rebeldía nacional. El tercer gran proyecto es capacitar a los individuos con una educación sobre la base del análisis verbal y el análisis numérico, y dentro de un sistema institucional que reconcilie la gestión local de la escuela de los estados y municipios con patrones nacionales de inversión y calidad. El cuarto proyecto es profundizar la democracia. Una democracia de alta energía que eleve el estatus de la participación popular. Por ejemplo, a través del financiamiento público de las campañas y el acceso gratuito a los medios en favor de los partidos y los movimientos sociales organizados. También a través de una superación de los impasses para acelerar el ritmo de la política; por ejemplo, mediante un sistema de elecciones anticipadas. Un esfuerzo para aprovechar el potencial experimentalista del régimen federativo de crear contramodelos del futuro y un camino que nos permita enriquecer la democracia representativa con trazos de democracia directa y participativa, pero sin diluir las garantías individuales.


La salvación institucional

-Algunos de los experimentos actuales de la izquierda en América Latina se basan en la democracia participativa y directa. Esos mismos regímenes manifiestan un gran desprecio por la democracia representativa. Usted, sin embargo, sostiene que hay que combinar ambas formas.

-No se puede progresar rompiendo con la democracia representativa. Solo se puede avanzar enriqueciendo la democracia representativa. En verdad, en América Latina, como en gran parte del mundo actual, nos planteamos el falso dilema de elegir entre una política institucional antitransformadora y una política transformadora antiinstitucional. Lo que debemos perseguir como objetivo es construir las instituciones de una democracia más caliente e innovadora, que no dependa de caudillos y personalismos y que supere el vicio del constitucionalismo estadounidense en la organización del Estado que copiamos en América del Sur. El constitucionalismo estadounidense asocia equivocadamente el principio liberal de fragmentar el poder con el principio conservador de desacelerar la política. Lo que debemos hacer es afirmar el principio liberal y repudiar el conservador. Esto es un ejemplo de la tarea de reinventar las instituciones. Cuando en América Latina no conseguimos reinventar las instituciones, apelamos a un atajo: los personalismos, los salvadores de la patria, pasando por alto que la única salvación segura está en las instituciones.

-Su planteamiento es muy interesante, pero a la luz de nuestra tradición de caudillos y personajes delirantes, resulta contrahistórico. ¿Cómo superar ese vicio tan arraigado?

-No menosprecio el papel de los individuos. Hay un rol para la visión profética en la política. Cualquier política transformadora necesita simultáneamente de dos lenguajes. Un lenguaje de cálculo y negociación y un lenguaje de visión profética. La presencia de la visión profética es peligrosa, pero su ausencia es fatal. Al mismo tiempo, toda acción transformadora que se inicia por un mensaje encarnado en una acción ejemplar, solo perdura cuando se transforma en un legado institucional. En mi país, en Brasil, lucho desde hace muchos años por una alternativa nacional. Estamos en América del Sur, construyendo el Mercosur. El Mercosur, hasta hoy, es un cuerpo sin espíritu, porque tenemos integración comercial, logística y energética, pero nos falta lo más importante que es un proyecto común.

-¿Cree usted que es posible una integración política entre países institucionalmente disímiles?

-Falta en primer lugar el contenido de un horizonte de desarrollo. Tienes el caso de la Unión Europea. Se construyó sobre la base de dos grandes presupuestos históricos. Ser un proyecto de paz perpetua para poner fin al siglo de las guerras europeas y ser un espacio alternativo al modelo de Estados Unidos. Ahora pregunto: ¿cuál es ese horizonte en el caso de América Latina? La única cosa que tenemos hasta hoy, como alternativa al neoliberalismo, es el desarrollismo de la década de 1970. No es suficiente. Por eso vemos que en gran parte de América del Sur, hay tres categorias de países. Hay países bien organizados, eficientes, que ya se vendieron. En esos países prevalece la mentalidad de la república de Vichy. Hay una segunda categoria de países que quieren rebelarse pero no saben cómo y están hundiéndose en un pantano de conflicto y de confusión. Y hay una tercera categoría de países que oscila entre las dos primeras categorías. Eso es lo que tenemos y tendremos que buscar un camino alternativo para movernos hacia otras posibilidades.

-La manera en que el trabajo y el mercado están organizados en nuestra época va contra de esa idea. Por otra parte, las sociedades del sur tienen necesidades urgentes de alimentación, salud, educación y producción que hacen mucho más difícil un vigoroso experimentalismo institucional. Eso sin contar que son los países que más sufren de una de las grandes paradojas de la globalización: el capital puede moverse libremente, pero las personas no. ¿Cómo solucionar este gran problema?

-Es necesario descomponer el problema en sus elementos. En el caso de la reconstrucción de la economía de mercado, veo una serie de etapas. Insisto en etapas porque una práctica transformadora puede seguir un método gradualista y fragmentario, pero tener un resultado radical si la fragmentación sigue pasos sucesivos informados por una concepción. El primer paso es una política industrial que eleve las pequeñas y medianas empresas que son el sector más importante de la economía y que construya una travesía directa de la economía más rudimentaria a una economía vanguardista. El modelo industrial dominante en el mundo hasta recientemente fue lo que se denomina el fordismo industrial o la producción en gran escala de bienes y servicios manufacturados por mano de obra semi calificada. Ahora estamos construyendo en el mundo un nuevo paradigma productivo basado en el conocimiento y que permite transformar la producción en una práctica de innovación permanente. La mayoría de la humanidad está excluída de este paradigma. Debemos organizar en nuestros países un viaje directo del prefordismo al postfordismo industrial. En agricultura, debemos al mismo tiempo superar el falso contraste entre agricultura industrial y agricultura familiar, asegurando atributos empresariales para la agricultura familiar. El segundo paso es innovar en la forma de colaboración entre los gobiernos y las empresas. No hay que escoger entre el modelo estadounidense de un Estado que regula las empresas desde la distancia y el modelo del nordeste asiático que impone burocráticamente una política industrial y comercial unitaria. Lo que nos conviene es una coordinación estratégica descentralizada, pluralista y experimental. El tercer paso es comenzar a formar regímenes alternativos de propiedad privada y social que pueden coexistir experimentalmente en la economía de mercado. Y el cuarto paso, algo para mucho más adelante en el futuro, es crear condiciones para superar la hegemonía del empleo asalariado como única forma de trabajo libre. Así es posible construir las condiciones para combinar el autoempleo con la cooperación y, simultáneamente, aprovechar las tendencias inmanentes de evolución económica y tecnológica para que en el futuro ningún hombre o mujer haga el trabajo que puede ser hecho por una máquina. El ser humano es para hacer todo lo que las máquinas no pueden. Todo lo que aprendemos a repetir lo pueden hacer las máquinas. Nuestro tiempo precioso debe estar reservado a lo que podemos repetir. Los puntos que acabo de trazar forman una trayectoria. No es la fórmula de un cambio instantáneo, sino un cambio de la economía de mercado paso a paso.

Crecimiento incluyente

-Es un cambio que las instituciones globales difícilmente permitirán.

Es verdad que el sistema global conspira contra esto. Por ejemplo, el orden internacional de comercio está caracterizado por un maximalismo institucional. En nombre del libre comercio quiere imponer a los países comerciantes la adhesión a una variante específica de la economía de mercado. Esto hay que repudiarlo. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la dialéctica transformadora comienza por la construcción de Estados nacionales fuertes, al servicio del objetivo que goza de mayor autoridad en el mundo de hoy: organizar institucionalmente el crecimiento incluyente.

-En nombre de un ideal de patria soberana, a veces esos proyectos nacionales desdeñan importantes atributos de la democracia como el pluralismo.

-No debería ser. La democracia no es un impedimento para un proyecto nacional fuerte. Un proyecto nacional construido a partir de un voluntarismo jacobino y dependiente de personalidades autoritarias, es un proyecto nacional frágil. El único proyecto nacional fuerte es un proyecto nacional montado sobre los pilares de una construcción colectiva, un proceso para definir el destino de la nación.

-¿Qué rol juega el consenso en la construcción de ese proyecto que permita el avance?

-En la política transformadora no basta organizar un consenso. Es necesario también organizar el disenso. El consenso por sí solo es un mínimo denominador común entre las fuerzas existentes, cuando no resulta en la imposición de un camino de arriba para abajo. Lo que es necesario que exista es la formación de un camino transformador apoyado en una gran mayoría nacional pero que sea energizado por un disenso y un juego de alternativas nacionales. Sin esto cualquier proyecto es precario y enteramente dependiente de las imposiciones y los dogmas.

-Si un programa como el suyo surgiera tendría que lidiar con los desafíos de la real política: un intrincada red de agendas partidistas, las personalidades de los líderes, los intereses empresariales y corporativos, incluso tendría que vérselas con las instituciones nacionales e internacionales que regulan la política de hoy.

-La realidad no es simplemente una muralla de impedimentos. Es un juego de contradicciones. Cuando se tiene una idea inmediatamente aparecen las oportunidades. Tomemos el caso de los progresistas en Estados Unidos. Ellos juzgan que su problema son las fuerzas contrarias y los grandes intereses que los acechan. No es verdad. Su problema mayor es que no tienen proyecto. Su proyecto es el proyecto de sus adversarios y por eso amenazan con desperdiciar la gran oportunidad transformadora de esta crisis económica y financiera actual. Los progresistas no consiguieron darle una secuela al proyecto del New Deal de Roosevelt. Hay dos tradiciones de reforma en Estados Unidos. Hay una tradición que defiende al pequeño contra el grande, la pequeña empresa contra la gran empresa. Hay una segunda tradición que acepta al grande, pero regulándolo a través del Estado. Ambas tradiciones son insuficientes, porque lo que hoy es necesario es reorganizar el propio mercado para posibilitar la inclusión y la democratización de oportunidades. Esa es otra idea muy diferente y conlleva un experimentalismo institucional. Es una paradoja de Estados Unidos que en una cultura tan experimental como la de este país, siempre le hayan querido dar a la instituciones inmunidad contra el experimentalismo. Hay un fetichismo y una idolatría institucional. En América Latina tuvimos un problema inverso al de los estadounidenses. Ellos supusieron que había descubierto la fórmula definitiva de una sociedad libre y el resto de la humanidad acepta esa fórmula o la rechaza mediante el despotismo y la pobreza. En cambio, en América Latina tradicionalmente no nos damos crédito a nosotros mismos e importamos nuestras instituciones –¡ropa prestada que no sirve para resolver nuestros problemas! Y cuando nos desesperamos de esta situación tomamos el atajo del Salvador, del caudillo y de la idea revolucionaria mal pensada. Ese es el fondo de nuestro problema. Antes de ser un problema de intereses y fuerzas en conflicto es un problema de ideas.

-¿En qué lugar cree usted que están dadas las condiciones para una transformación gradual revolucionaria?

-Todo lugar tiene potencial de transformación y en general uno de los descubrimientos que hice en mi actividad pública es que es siempre más fácil transformar a un país que transformar a una persona.