En este corto video, filmado a los pies del Cristo Redentor en Rio de Janeiro, el tío Cornel expresa sus deseos de venir a nuestro país, para "escuchar y aprender, y para involucrarse en la realización de esa gran fusión entre el Evangelio Cristiano y la lucha por la justicia. Porque creo en el Amor; y la Justicia es la forma en que el Amor se ve en público".
En mayo de 2009 lo estamos trayendo.
viernes, 19 de septiembre de 2008
El impulso experimentalista: la gran ausencia en el entramado institucional de Estados Unidos
(*) Por Gabriel Saez
[1] Mangabeira Unger, Roberto & Cornel West. The Future of American Progressivism, Beacon Press Boston, 1998. Página 10.
[2] En http://seminariogargarella.blogspot.com/
[3] Landy, Marc y Sydney M. Milkis. American Government: Balancing Democracy and Rights. Cambridge University Press.
[4] Landy y Milkis, páginas 129-130.
[5] Mangabeira Unger y West, página 40.
[6] En Bowiling Alone: America’s Declining Social Capital
[7] Mangabeira Unger y West, página 24.
A esta altura de los desarrollos históricos, decir que Estados Unidos es un gran país suena, en la mayoría de los oídos, como una obviedad. Sin embargo, otros pueden encontrar esa declaración muy irritante. La admiración y la desconfianza que la potencia global despierta en el mundo pueden provocar una u otra reacción.
Dejemos de lado los indicadores de su poder económico, la contundencia de su capacidad militar y la enorme penetración que su impronta cultural ha alcanzado en todos los rincones del planeta. Observemos, en cambio, los méritos que el pueblo y los gobiernos de ese país han hecho para asegurar el cumplimiento de sus más profundos y duraderos deseos. Deseos de libertad y de seguridad. Anhelos de grandeza y desarrollo individual. Esperanza de poder involucrarse en el mundo, sin atarse al mundo.
Cuando ensayamos esa mirada, las posturas críticas se reducen todavía más. Estados Unidos tiene muchas cuentas pendientes. Es vergonzoso aún hoy comprobar el trato que han recibido los afro americanos en ese país hasta bien entrado el siglo XX; y la forma dolorosa, lenta y contradictoria en la que esa situación se fue revirtiendo. Por otra parte, la pobreza no es un fenómeno desconocido. Es, al contrario, un elemento cada vez más común en el paisaje estadounidense. Sin embargo, el país se ha demostrado ser un terreno fértil para iniciativas grupales e individuales, para ideas y proyectos, para la innovación y la transformación. En definitiva, Estados Unidos ha sido exitoso en cumplir sus propios sueños, de su propia manera.
Roberto Mangabeira Unger y Cornel West han definido la conjunción de esos sueños y la forma en que los estadounidenses concuerdan en realizarlos como “the American religion of possibility”: la creencia que sostienen los estadounidenses de que ellos pueden reinventarse y rehacer su sociedad, de que todo puede transformarse en algo nuevo. Dicen estos autores:
“Faith in the power of the individual to better his or her life is the most prominent element in the American religion of possibility, but it is not the only or even the most important one. That religion also includes something more basic and something more ambitious: a belief in the unlimited potential of practical problem solving and a faith in democracy as a terrain on which ordinary men and women can become strongly defined personalities, in full possession of themselves”.[1]
Esos elementos -fe en poder del individuo para alcanzar su propio desarrollo autónomo, confianza en que el resolver problemas en forma práctica acarrea la solución de problemas de fondo y convencimiento de que la democracia es el encuadre apropiado – se han combinado para asegurar el progreso de quienes profesan la religión referida.
Pero el recorrido ha sido, en buena medida, complejo. Los debates entre federalistas y antifederalistas han sido reemplazados, a lo largo de la historia estadounidense, por otros debates, con distintos focos pero con pasiones, intereses e influencias similares. La definición de esos debates se ha dado en las ocasiones que Roberto Gargarella llama “momentos constitucionales”. Gargarella sostiene que “la teoría de los momentos constitucionales propone dividir los tiempos constitucionales en dos. Tiempos de decisiones extraordinarias, propiamente constitucionales, y tiempos de decisiones ordinarias, acciones de gobierno común, periodos normales, de política de baja intensidad… Los momentos ordinarios son los de cualquier gobierno que pretende respetar y reglarse según una Constitución que no dictó y que se le impone, supuestamente como freno y garantía del gobierno de la ley. También existen estos otros momentos, los especiales, los inauditos, los infrecuentes, los excepcionales: los momentos constitucionales. Más allá de los fácilmente identificables, los momentos fundacionales hay contextos históricos en que se puede observar (con o sin modificación del texto constitucional) un cambio, una reconstrucción de esa fundación, una movilización de la ciudadanía, al ámbito público discutiendo más, la sociedad participando activamente, interviniendo inusitadamente, rompiendo el consenso tácito para expresar la necesidad de cambio… (Son) momentos donde el contrato puede ser reafirmado o reformado por este evento extraordinario, un movimiento ciudadano y democrático en acción en la arena política institucionalizada y no institucionalizada.”[2]
Coincidentemente, Marc Landy y Sydney M. Milkis identifican instancias claves en la historia estadounidense a las que llaman “constitutional refoundings”.[3] Se trata de “major points of developmental transition (that) involve debate and conflict about fundamental questions of American political life: the meaning of rights and how government can best protect them… Each episode was a refounding that engaged citizens in conflict and resolution about the meaning of the Declaration and Constitution for their own time.”[4]
Estos autores definen cuatro refundaciones constitucionales ocurridas, cronológicamente, durante las presidencias de Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt.
De esta forma, la primera refundación promovió la democracia al apoyar y nutrir principios como la libertad de opinión, la supremacía de poder legislativo y la defensa de los poderes estaduales autónomos. La segunda refundación expandió el impulso democrático de la primera y estableció un sistema de partidos en el que el liderazgo presidencial pasó a jugar un papel protagónico. La tercera refundación, durante la presidencia de Lincoln, se suscitó debido a la controversia sobre la esclavitud. Implicó la decisión de mantener intacta a la Unión al tiempo que se la re-consagraba a los principios de la Declaración de la Independencia. A principios del siglo pasado tuvo lugar la así denominada “era progresista”. No es considerar como una refundación, pero si un momento en el que se generaron nuevas ideas sobre la democracia directa y la expansión del gobierno nacional que aún continúan vigentes y controversiales. La cuarta refundación rescribió el contrato social existente y estableció un Estado mucho más fuerte con el objetivo de contrarrestar la concentración del poder económico y adicionar derechos económicos a los derechos políticos.
Puede pensarse, entonces, que todo el éxito alcanzado como país ha sido consecuencia de un desarrollo progresivo, que ha superado –y aprovechado- las circunstancias críticas para modificar lo que había que modificar y suprimir lo que había que suprimir. Sin embargo, el progreso económico, social y tecnológico alcanzado no siguió esa lógica simplista. Un impulso experimentalista ha caracterizado casi todas las áreas del quehacer estadounidense. Invención, prueba y error, descarte de formulas viejas o impracticables, y, sobre todo, cooperación en todos los ámbitos han definido al genio de los estadounidenses, como en su momento remarcaran de Tocqueville, Sarmiento y otros.
Es ese impulso experimentalista el que toma una dimensión mayor ante las crisis, como las arriba mencionadas. De hecho, una expresión incontrastable de ese impulso tuvo lugar cuando se orquestó el New Deal, cuando medidas novedosas, profundas y de alcance amplio fueron aceptadas y aplicadas con singular fervor. Los estadounidenses jamás aceptarían la provocación que presenta a tales medidas como una aproximación práctica al socialismo. Pero lo interesante de esta experiencia radica en el hecho de que relativizó las etiquetas ideológicas. Socialismo y capitalismo se fusionaban o convivían o se transformaban en algún otro sistema, a partir del ingenio de los dirigentes estadounidenses y de la claridad de su visión respecto a prioridades e intereses.
Un ejemplo mucho más cercano en el tiempo, muy reciente de hecho, aunque menor en comparación, es la decisión por parte de la Reserva Federal de rescatar del inminente colapso al American Internacional Group (AIG), adquiriendo casi el ochenta por ciento de sus activos, en una maniobra que en latitudes más cercanas se llamaría estatización. Acciones de este tipo, que en principio estarían excluidas de las reglas de juego, son iniciadas cuando intereses vitales están en juego.
Ahora bien, el impulso experimentalista, afín tanto a la cooperación como a la innovación, está presente en todos los aspectos de la vida del país excepto en uno: el armado político-institucional. Más allá de la enmiendas, la Constitución es tomada como palabra revelada. Se discute la intención de los framers y la metodología de interpretación, pero nunca su reinvención. Incluso sin tocar a la Constitución, otros aspectos institucionales también son preservados incluso sin tener en claro el motivo de la férrea resistencia al cambio. ¡Por qué? Quizás la respuesta está en la afirmación de Unger y West de que “Americans have always wavered between the idea that they have to keep reinventing themselves and their arrangements to make good on the promises of American freedom, and the contrary idea that they have already found the basic design of a free society.”[5]
Esta actitud conlleva serias consecuencias. Las rigideces en los sistemas no han dejado de provocar problemas. Estos problemas son variados. Pero general tienen que ver con el debilitamiento de las formas de asociación voluntaria, con la pérdida, según la definición de Robert Putnam, de capital social.
Putnam describe: “‘social capital’ refers to features of social organization such as networks, norms, and social trust that facilitate coordination and cooperation for mutual benefit… By almost every measure, Americans’ direct engagement in politics and government has fallen steadily and sharply over the last generation, despite the fact that average levels of education –the best individual-level predictor of political participation—have risen sharply throughout this period…It is not just the voting booth that has been increasingly deserted by Americans… Americans have also disengaged psychologically from politics and government over this era.”[6]
Estos problemas tienen dos elementos en común: el primero es que todos ellos pueden ser atendidos a partir de un calentamiento en la participación política de la ciudadanía, disparado por modificaciones institucionales. El segundo es que de no solucionarse, esos problemas pueden redundar en la difusión de este ‘anti-impulso’ en las áreas en las que los estadounidenses han mostrado ser innovadores y creativos.
Las modificaciones institucionales pueden referirse al sistema de partidos, al sistema electoral, especialmente en lo referido a las primarias, al financiamiento de las campañas, etc. Muchas de ellas fueron abordadas en el seminario “Estados Unidos hoy: Construcción e implementación de la política exterior y doméstica”, organizado por la Comisión Fulbright y la Universidad de San Andrés en agosto pasado. Cada una merece un análisis y un diagnóstico certero, y no es ese el propósito de este corto trabajo.
El propósito es simplemente comentar una situación y llamar la atención sobre un punto muy relevante, que quizás no sea tan ajeno a la realidad que vivimos los argentinos.
Unger y West terminan advirtiendo (y proponiendo): “Americans should use the tools of institutional experimentalism to rethink and rebuild each strand in their religion of possibility: the hope of social opportunity and mobility for the individual; the hope that practical ingenuity can resolve, one by one, the problems people face; and the hope that under democracy individual men and women can achieve the largeness of vision and experience that less democratic civilizations have reserved for the exceptional few. …Unless Americans prove themselves willing to be as open-minded about institutional arrangements of the country as they have been about almost everything else they will (..) find their hopes frustrated.”[7]
Quizás el beneficio principal de la campaña presidencial 2008 no sea la perspectiva de que algún representante de alguna minoría o grupo postergado llegue al poder, sino la diseminación de que la arena política aún puede ser un lugar caliente, decisorio, imposible de suplantar.
Dejemos de lado los indicadores de su poder económico, la contundencia de su capacidad militar y la enorme penetración que su impronta cultural ha alcanzado en todos los rincones del planeta. Observemos, en cambio, los méritos que el pueblo y los gobiernos de ese país han hecho para asegurar el cumplimiento de sus más profundos y duraderos deseos. Deseos de libertad y de seguridad. Anhelos de grandeza y desarrollo individual. Esperanza de poder involucrarse en el mundo, sin atarse al mundo.
Cuando ensayamos esa mirada, las posturas críticas se reducen todavía más. Estados Unidos tiene muchas cuentas pendientes. Es vergonzoso aún hoy comprobar el trato que han recibido los afro americanos en ese país hasta bien entrado el siglo XX; y la forma dolorosa, lenta y contradictoria en la que esa situación se fue revirtiendo. Por otra parte, la pobreza no es un fenómeno desconocido. Es, al contrario, un elemento cada vez más común en el paisaje estadounidense. Sin embargo, el país se ha demostrado ser un terreno fértil para iniciativas grupales e individuales, para ideas y proyectos, para la innovación y la transformación. En definitiva, Estados Unidos ha sido exitoso en cumplir sus propios sueños, de su propia manera.
Roberto Mangabeira Unger y Cornel West han definido la conjunción de esos sueños y la forma en que los estadounidenses concuerdan en realizarlos como “the American religion of possibility”: la creencia que sostienen los estadounidenses de que ellos pueden reinventarse y rehacer su sociedad, de que todo puede transformarse en algo nuevo. Dicen estos autores:
“Faith in the power of the individual to better his or her life is the most prominent element in the American religion of possibility, but it is not the only or even the most important one. That religion also includes something more basic and something more ambitious: a belief in the unlimited potential of practical problem solving and a faith in democracy as a terrain on which ordinary men and women can become strongly defined personalities, in full possession of themselves”.[1]
Esos elementos -fe en poder del individuo para alcanzar su propio desarrollo autónomo, confianza en que el resolver problemas en forma práctica acarrea la solución de problemas de fondo y convencimiento de que la democracia es el encuadre apropiado – se han combinado para asegurar el progreso de quienes profesan la religión referida.
Pero el recorrido ha sido, en buena medida, complejo. Los debates entre federalistas y antifederalistas han sido reemplazados, a lo largo de la historia estadounidense, por otros debates, con distintos focos pero con pasiones, intereses e influencias similares. La definición de esos debates se ha dado en las ocasiones que Roberto Gargarella llama “momentos constitucionales”. Gargarella sostiene que “la teoría de los momentos constitucionales propone dividir los tiempos constitucionales en dos. Tiempos de decisiones extraordinarias, propiamente constitucionales, y tiempos de decisiones ordinarias, acciones de gobierno común, periodos normales, de política de baja intensidad… Los momentos ordinarios son los de cualquier gobierno que pretende respetar y reglarse según una Constitución que no dictó y que se le impone, supuestamente como freno y garantía del gobierno de la ley. También existen estos otros momentos, los especiales, los inauditos, los infrecuentes, los excepcionales: los momentos constitucionales. Más allá de los fácilmente identificables, los momentos fundacionales hay contextos históricos en que se puede observar (con o sin modificación del texto constitucional) un cambio, una reconstrucción de esa fundación, una movilización de la ciudadanía, al ámbito público discutiendo más, la sociedad participando activamente, interviniendo inusitadamente, rompiendo el consenso tácito para expresar la necesidad de cambio… (Son) momentos donde el contrato puede ser reafirmado o reformado por este evento extraordinario, un movimiento ciudadano y democrático en acción en la arena política institucionalizada y no institucionalizada.”[2]
Coincidentemente, Marc Landy y Sydney M. Milkis identifican instancias claves en la historia estadounidense a las que llaman “constitutional refoundings”.[3] Se trata de “major points of developmental transition (that) involve debate and conflict about fundamental questions of American political life: the meaning of rights and how government can best protect them… Each episode was a refounding that engaged citizens in conflict and resolution about the meaning of the Declaration and Constitution for their own time.”[4]
Estos autores definen cuatro refundaciones constitucionales ocurridas, cronológicamente, durante las presidencias de Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt.
De esta forma, la primera refundación promovió la democracia al apoyar y nutrir principios como la libertad de opinión, la supremacía de poder legislativo y la defensa de los poderes estaduales autónomos. La segunda refundación expandió el impulso democrático de la primera y estableció un sistema de partidos en el que el liderazgo presidencial pasó a jugar un papel protagónico. La tercera refundación, durante la presidencia de Lincoln, se suscitó debido a la controversia sobre la esclavitud. Implicó la decisión de mantener intacta a la Unión al tiempo que se la re-consagraba a los principios de la Declaración de la Independencia. A principios del siglo pasado tuvo lugar la así denominada “era progresista”. No es considerar como una refundación, pero si un momento en el que se generaron nuevas ideas sobre la democracia directa y la expansión del gobierno nacional que aún continúan vigentes y controversiales. La cuarta refundación rescribió el contrato social existente y estableció un Estado mucho más fuerte con el objetivo de contrarrestar la concentración del poder económico y adicionar derechos económicos a los derechos políticos.
Puede pensarse, entonces, que todo el éxito alcanzado como país ha sido consecuencia de un desarrollo progresivo, que ha superado –y aprovechado- las circunstancias críticas para modificar lo que había que modificar y suprimir lo que había que suprimir. Sin embargo, el progreso económico, social y tecnológico alcanzado no siguió esa lógica simplista. Un impulso experimentalista ha caracterizado casi todas las áreas del quehacer estadounidense. Invención, prueba y error, descarte de formulas viejas o impracticables, y, sobre todo, cooperación en todos los ámbitos han definido al genio de los estadounidenses, como en su momento remarcaran de Tocqueville, Sarmiento y otros.
Es ese impulso experimentalista el que toma una dimensión mayor ante las crisis, como las arriba mencionadas. De hecho, una expresión incontrastable de ese impulso tuvo lugar cuando se orquestó el New Deal, cuando medidas novedosas, profundas y de alcance amplio fueron aceptadas y aplicadas con singular fervor. Los estadounidenses jamás aceptarían la provocación que presenta a tales medidas como una aproximación práctica al socialismo. Pero lo interesante de esta experiencia radica en el hecho de que relativizó las etiquetas ideológicas. Socialismo y capitalismo se fusionaban o convivían o se transformaban en algún otro sistema, a partir del ingenio de los dirigentes estadounidenses y de la claridad de su visión respecto a prioridades e intereses.
Un ejemplo mucho más cercano en el tiempo, muy reciente de hecho, aunque menor en comparación, es la decisión por parte de la Reserva Federal de rescatar del inminente colapso al American Internacional Group (AIG), adquiriendo casi el ochenta por ciento de sus activos, en una maniobra que en latitudes más cercanas se llamaría estatización. Acciones de este tipo, que en principio estarían excluidas de las reglas de juego, son iniciadas cuando intereses vitales están en juego.
Ahora bien, el impulso experimentalista, afín tanto a la cooperación como a la innovación, está presente en todos los aspectos de la vida del país excepto en uno: el armado político-institucional. Más allá de la enmiendas, la Constitución es tomada como palabra revelada. Se discute la intención de los framers y la metodología de interpretación, pero nunca su reinvención. Incluso sin tocar a la Constitución, otros aspectos institucionales también son preservados incluso sin tener en claro el motivo de la férrea resistencia al cambio. ¡Por qué? Quizás la respuesta está en la afirmación de Unger y West de que “Americans have always wavered between the idea that they have to keep reinventing themselves and their arrangements to make good on the promises of American freedom, and the contrary idea that they have already found the basic design of a free society.”[5]
Esta actitud conlleva serias consecuencias. Las rigideces en los sistemas no han dejado de provocar problemas. Estos problemas son variados. Pero general tienen que ver con el debilitamiento de las formas de asociación voluntaria, con la pérdida, según la definición de Robert Putnam, de capital social.
Putnam describe: “‘social capital’ refers to features of social organization such as networks, norms, and social trust that facilitate coordination and cooperation for mutual benefit… By almost every measure, Americans’ direct engagement in politics and government has fallen steadily and sharply over the last generation, despite the fact that average levels of education –the best individual-level predictor of political participation—have risen sharply throughout this period…It is not just the voting booth that has been increasingly deserted by Americans… Americans have also disengaged psychologically from politics and government over this era.”[6]
Estos problemas tienen dos elementos en común: el primero es que todos ellos pueden ser atendidos a partir de un calentamiento en la participación política de la ciudadanía, disparado por modificaciones institucionales. El segundo es que de no solucionarse, esos problemas pueden redundar en la difusión de este ‘anti-impulso’ en las áreas en las que los estadounidenses han mostrado ser innovadores y creativos.
Las modificaciones institucionales pueden referirse al sistema de partidos, al sistema electoral, especialmente en lo referido a las primarias, al financiamiento de las campañas, etc. Muchas de ellas fueron abordadas en el seminario “Estados Unidos hoy: Construcción e implementación de la política exterior y doméstica”, organizado por la Comisión Fulbright y la Universidad de San Andrés en agosto pasado. Cada una merece un análisis y un diagnóstico certero, y no es ese el propósito de este corto trabajo.
El propósito es simplemente comentar una situación y llamar la atención sobre un punto muy relevante, que quizás no sea tan ajeno a la realidad que vivimos los argentinos.
Unger y West terminan advirtiendo (y proponiendo): “Americans should use the tools of institutional experimentalism to rethink and rebuild each strand in their religion of possibility: the hope of social opportunity and mobility for the individual; the hope that practical ingenuity can resolve, one by one, the problems people face; and the hope that under democracy individual men and women can achieve the largeness of vision and experience that less democratic civilizations have reserved for the exceptional few. …Unless Americans prove themselves willing to be as open-minded about institutional arrangements of the country as they have been about almost everything else they will (..) find their hopes frustrated.”[7]
Quizás el beneficio principal de la campaña presidencial 2008 no sea la perspectiva de que algún representante de alguna minoría o grupo postergado llegue al poder, sino la diseminación de que la arena política aún puede ser un lugar caliente, decisorio, imposible de suplantar.
GLS
[1] Mangabeira Unger, Roberto & Cornel West. The Future of American Progressivism, Beacon Press Boston, 1998. Página 10.
[2] En http://seminariogargarella.blogspot.com/
[3] Landy, Marc y Sydney M. Milkis. American Government: Balancing Democracy and Rights. Cambridge University Press.
[4] Landy y Milkis, páginas 129-130.
[5] Mangabeira Unger y West, página 40.
[6] En Bowiling Alone: America’s Declining Social Capital
[7] Mangabeira Unger y West, página 24.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Roberto Mangabeira Unger en televisión abierta de Argentina
En el marco de su visita a nuestro país para promover el debate binacional sobre estrategias de desarrollo conjuntas entre Argentina y Brasil, el Ministro de Asuntos Estratégicos Roberto Mangabeira Unger estuvo en el programa Visión 7 Internacional el día sábado. Acceda aquí a la entrevista que le hicieron Pedro Brieger e Hinde Pomeraniec:
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